Historia
Aquí podrás encontrar algunos artículos relacionados con la historia de la Virgen del Pino y su tradicional festividad.
Dicen los papeles viejos que acabando el siglo XVI era Camarera de Nuestra Señora del Pino doña Isabel Pérez de Villanueva, hija de Juan Pérez de Villanueva, Patrono de la Virgen y uno de los primeros vecinos que tuvo el valle de Terore. A doña Isabel correspondía por este título la custodia de las alhajas de la Imagen.
Ya desde mediados de esa centuria se tiene constancia de la costumbre de vestir la Imagen, aunque no con el lujo que después del XVIII se comenzará a realizar adoptando formas de la vestimenta tradicional de las clases acomodadas. En estos tiempos de la primera ermita, Nuestra Señora del Pino se encontraba sobre el altar mayor, entre otra imagen de la Virgen por un lado y la de un Niño Jesús por el otro; y según nos informa el Cronista de la Villa, don Vicente Hernández, ya desde 1558 hay datos sobre una camisa labrada de seda color verde utilizada como vestimenta de la Imagen.
A fines del XVI, el deterioro de esta primera construcción era tan evidente que el vecindario terorense decidió demolerla y levantar una nueva ermita que se acabó en poco tiempo. A mediados del siglo siguiente, la imagen se colocaba se colocaba en un nicho de cantería dorada en la pared trasera del altar mayor, al cual se le abrió años después una puerta trasera y se comenzaron las obras del camarín al mismo nivel que el resto del templo. Abriendo la puerta trasera del nicho, se trasladaba la Imagen a esta sala para vestirla y colocarla sobre las andas sin ser visto por el pueblo.
En la relación de milagros de la Virgen aparece uno muy curioso en el que tuvo participación otra camarera, doña Ángela del Toro, de quien consta que cambiando la saya de la Virgen sintió húmedas las manos y observó entre las ropas restos de arena blanca, de la que sólo existe en las zonas costeras. Comentó el hecho con otras personas del pueblo, que llegaron a la conclusión de que ello significaba la constancia de un milagro realizado por la Virgen del Pino para librar de naufragio a alguna persona que había solicitado su intercesión con ocasión de peligro en el mar. Cuando por ruina de esta segunda ermita se procede en 1760 a la construcción del tercer y actual templo, el coronel don Antonio de la Rocha, arquitecto del mismo, ideó y ejecutó una obra más ambiciosa, amplia y lujosa, acorde con el aumento de la veneración y el culto a Nuestra Señora del Pino. Entonces, la imagen se instaló en una hornacina centrada del Retablo Mayor, con acceso a un más amplio camarín, con Sala de Alhajas y Sala de Mantos y donde la tarea de vestirla y prepararla para distintos actos (funciones, fiestas, bajadas a Las Palmas, etc.) se realizaba más fácilmente. Asimismo, la figura y cargo de camarera se había institucionalizado a partir del decreto del obispo Ruiz Simón que en 1707 disponía las personas que podían estar presentes en ese momento, siendo una de ellas la Camarera. En la misma medida durante el XVIII las vestimentas de la Virgen se fueron haciendo más complicadas a la vez que más lujosas y recargadas; lo que nos ha legado una excelente muestra de esta verdadera artesanía textil religiosa: con muestras el tejido en seda, el bordado en oro o plata, y que tan buenos artífices tiene en Teror, desde las monjas del convento del Císter hasta Juan Carrasco o el genial Francisco Herrera.
Con la finalización del templo en 1767 apareció un problema que no existía anteriormente: al instalarse el camarín en el piso alto, la Imagen debía bajarse al nivel del templo por la escalera del mismo con indudable riesgo de daño para la misma. Por ello, a partir de 1786 comenzó a bajarse a través de un hueco que se abría en el piso alto por medio de unas garruchas.
Y así continuó hasta que en 1927, tras la muerte del párroco don Juan González, fue nombrado don Antonio Socorro Lantigua para sustituirle; y a él fue al que, tal como nos dice don José Miguel Alzola, le propuso su tío Agustín Alzola y González-Corvo, veraneante en la villa e interesado por los temas de la Iglesia y el pueblo de Teror, una nueva forma de realizar la operación de bajada sin tanto peligro de daño y de una forma abierta a la asistencia de feligreses. Don Agustín propuso que la anual Bajada de la Imagen para las fiestas de Septiembre se realizara directamente desde el camarín a la iglesia y no por la sacristí. Don Manuel Henríquez Yánez, destacado carpintero de la Villa y sus empleados idearon la solución a través de un sistema de raíles en rampa por el que se desplazaría una plataforma sobre la que, lentamente pero con mayor seguridad, descendería la Virgen del Pino. La inauguración de esta nueva fórmula se llevó a cabo en las fiestas de 1928 y su éxito significo el que dos actos que hasta entonces se realizaban a puerta cerrada y con riesgo de daño para la Imagen, como eran la Bajada y Subida de la misma, se hayan convertido en los años transcurridos en dos eventos principales del calendario festivo del Pino y de asistencia multitudinaria.
La camarera actual es doña María del Pino Escudero del Castillo, hija de doña Ana del Castillo, la anterior; continuando esta tradición de servirla en la preparación anual de su Imagen. Desde la restauración realizada en 1974 y por indicación expresa de los técnicos, la talla permanece por un tiempo prudencial sin las vestiduras y expuesta a las visitas del público para que se produzca una ventilación natural de la madera. El traje rojo y plata que lucirá este año fue encargado por su madre y terminado de realizar por encargo de la actual camarera, por fallecimiento de su madre durante el proceso de realización del mismo.
La presente edición de la festividad del Pino se celebrará nuevamente la Bajada de la Imagen desde el Camarín con el sistema ideado en 1927 y actualizado en determinados aspectos; y como ha venido ocurriendo en todas estas décadas, también este año un grupo de personas, ocultas y anónimas, ayudarán con su esfuerzo a que la misma se produzca de una manera segura y vistosa. Desde dentro de la estructura de la Bajada, controlarán la seguridad de la misma, el desplazamiento de los tules que cubren la rampa y todos los pequeños detalles de lucimiento del acto. Los sacerdotes, desde el altar, colaborarán para su correcta ejecución y participarán igualmente en la misma.
Después comienzan las fiestas en su honor: la llegada de miles de canarios que haciendo camino renovarán las ofrendas a la Señora y las más puras esencias de la canariedad; la Romería que creara hace 60 ediciones, Néstor Álamo; las canciones y parrandas; y el Día Grande en el guiado por la mano del Patrono volverá a brillar por las calles de la Villa el trono de la Santa Imagen. Si allá en los albores del XVIocupara este honorífico cargo Juan Pérez de Villanueva, es don Agustín Manrique de Lara quien en la actualidad lo ostenta.
Camarera de la Virgen, familiares, Patrono, artesanos de los mantos, párroco y sacerdotes, personal del templo, colaboradores,… toda una intendencia de arraigo secular que, año tras año, permanece oculta cumpliendo una labor que une el presente de las fiestas y la devoción a la Patrona de la Diócesis de Canarias con las raíces más profundas de su historia.
Desde los albores de la devoción al Pino, se fue desarrollando una pujante religiosidad popular, que tenía un carácter festivo; en una sociedad en que la religión todo lo abarcaba y explicaba, fiesta popular y religiosa representaban lo mismo y se confundían. Las disposiciones del obispo de Cámara y Murga- prelado de 1627 a 1635- son demostrativas de prácticas que pudo observar en Teror en las fiestas del 8 de septiembre, arraigadas desde épocas anteriores, “mandamos que por cuanto nos ha constado los inconvenientes que siguen de que dentro de la iglesia de Nuestra Señora de este lugar se duerma y coma, por lo cual de aquí en adelante, el cura que es o fuere y sacristán no permitirán que ninguna persona coma ni duerma en la dicha iglesia, ni menos se consienta bailar en ella”.
Otras normas del Sínodo de 1629 aluden a prácticas populares que debieron de tener arraigo desde el siglo XVI; se prescribe que en los días festivos “no está dispensado por Su Santidad se corran todos”; también se citan trabajos permitidos en día festivo, a horas que no impidan la asistencia a misa, tales como los que realizaban los barberos, herradores y mercaderes para la venta de cosas necesarias; añade sobre la práctica de algunos juegos: “Otrosi, prohibimos en esos días hasta después de la misa mayor y acabar los divinos oficios, los juegos de bolos, argolla, pelota”; estas prácticas populares pudieron ser parte integrante de las fiestas del Pino en el siglo XVI, incluso de una incipiente feria dominical. La celebración de comedias al aire libre se realizó desde las primeras fiestas del Pino; están acreditadas documentalmente en el siglo XVII por un apunte de las cuentas presentadas por el Mayordomo de la Virgen, correspondientes a 1647, “Item se descarga con medio barrial de vino, y por el diez reales, que dijo haber comprado para los que representaron el día de Nuestra Señora”.
Las fiestas del Pino son una expresión de la religiosidad popular. Cuando no existían las carreteras actuales y las comunicaciones eran por caminos, de todas las laderas que rodean a Teror descendía una gran concurrencia. Los romeros salín de sus casas caminando a través de las montañas, con pocas cosas, el timple y la canción siempre en los labios, los cantares de nuestras canciones típicas y las parrandas, lanzaban las notas de su regocijo por los caminos de la isla. La Víspera dormían en la plaza principal, en la Alameda, en los Castañeros, en los ventorrillos. El ventorrillo sentaba sus reales en Teror desde “la puesta de la bandera”; era como un mesón en plena calle para todos los romeros, que se divertían con sus guitarras y sus bailes para en la mañana del 8 pagar su promesa y esperar la salida de la imagen.
La historia de las Fiestas del Pino es una historia de sentimientos populares, de fe mariana, de caminantes, de romeros; se podría hacer una antología de los cantares de nuestras canciones típicas a la Patrona. La poesía popular, polarizada en la advocación mariana de Nuestra Señora del Pino, es muy antigua e interesantísima: folías, isas y seguidillas recogen el alborozo del pueblo canario en su peregrinaje a Teror, como son las estrofas salidas en la inspiración popular de Néstor Álamo:
Esta es la parranda que va pa la fiesta,
En la vida he visto parranda como esta.
Esta es la parranda que va pa Teror,
En la vida he visto parranda mejor.
¡Ay Teror, Teror, Teror,
ay Teror que lindo estás!
¡Qué bonita está la Virgen,
En lo alto de su altar!…”
Me encuentro en la villa de Teror, a donde vine para presenciar la célebre fiesta y romería del Pino. Escribo en medio del bullicio con que los últimos romeros se retiran, a la vista de las montañas que se recortan nítidamente sobre un maravilloso cielo azul, bajo la caricia adormecedora de un ambiente que me invita al sueño, o mejor, al ensueño. El paisaje, hermoso de suyo, acrece su belleza con las luces de esta mañana primaveral en que todo suavemente ríe: cielo, tierra, y mar… Parten en este momento los últimos carros de los feriantes, verdaderos carros de gitanos, enormes y pesados de vehiculos, llevandose en montón la retaguardia, la reserva de la masa humana que por espacio de tres dias, ha invadido Teror.
El espectáculo es original, extraño, pintoresco. Hombres, mujeres y niños van mezclados, confundidos en forma de apretada piña, en promiscuidad repugnante y mal oliente. Evocan la misión teatral y pictórica de esas caravanas de bohemios que pasean por el mundo entre sórdidos andrajos el espíritu rebelde de la eterna raza nómada.. Este espíritu llora en las notas desgarradas de las guitarras que amenizan el desfile, en la ronca voz de los cantadores, en el chirrido de los devencidos carromatos, en el rostro pálido y ojeroso de las mujeres, en el sonsonete de las coplas moribundas, en el gemido de las criaturas olvidadas y como abandonadas por sus madres. El maleficio del alcohol produce estos postreros de espasmos de la gran muchedumbre.
Los que se marchan tienen prisa: prisa de huir, prisa de volver al ritmo ordenado de la vida ordinaria. Recogen sus bártulos y toman por asalto las inmensas carreteras. La tribu se desbanda en medio de la magnifica aureola de un solo de primavera, en medio de una apoteósis de la naturaleza que hace brillar como un “arca sacnctorum” el santuario.
Ha concluido la fiesta sin incidentes ni desórdenes a pesar de la confusión del gentío, en que se mezcló la hez de la plebe. Desde los puntos más lejanos de la isla vinieron en oleadas los peregrinos, atraidos por una fé primitiva y candorosa. Cada sendero presentaba en la vispera, la aparencia de un humano hormiguro. Las gentes llegaban bailando, cantando, entonando himnos a la Virgen y formaban alrededor de la iglesia su campamento. No menos de diez personas tomaban posiciones en la plaza, en las calles y en las cercanías del pueblo, que apenascuenta mil habitantes. Casi todas han tenido que dormir á la belle étoile.
¿Qué sentimiento o que instinto mueve a toda esa multitud? Indudablemente un móvil religioso, aunque desnaturalizado y quizás pervertido en sus manifestaciones externas. En torno del santuario se bebe, se baila, se grita y se disputa; pero cuando la imagen de Nuestra Señora del Pino aparece en la puerta del templo cesan como por encanto todas las voces, todas las conversaciones, todos los ruidos; callan las guitarras, se truca la general inquietud en un movimiento de prosternación y reverencia. Algunos de los presentes caen de rodillas; los campesinos quedan como en éxtasis, absortos en la contemplación de la efigie sagrada y amada.
Es el instante en que sale la procesión instante de una grandiosidad indescriptible. El torno de la Virgen, suntuoso; todo de plata, hiende y rompe las estrechas filas del concurso y, a su paso, van cayendo de hinojos como heridos de un rayo de fé los remeros y feriantes que poco ha alborotan con sus porfías de mercaderes, o con sus baquicos excesos. Hácese en el mercado un silencio mistico, claustral. Nuestra Señora pasa entre cabezas inclinadas. Es una vieja escultura pequeña, envueltas en sedas y oros, sobrecargada de joyas, como ahogada y eclipsada bajo la pedrería que le han ofrecido muchas generaciones de creyentes; una reliquia fundida con un tesoro. No importa. Las miradas van a ella como si fueran al cielo. Las almas la buscan y la llaman; hasta los escépticos sienten pasar el soplo de un no sé qué divino a cuyo influjo los pueblos infantilmente sencillos viven en perpetuo arrobamiento.
Es hermoso, mírese como se mire. Detrás del trono que atraviesa con lentitud y dificultad el apiñádo gentío semejante a un rebaño apelotonado, marcha bajo palio, revestido, de los ornamentos pontificiales, el Obispo de la Diócesis; varios capitulares acompañan al Obispo, cuya mano se extiende sin cesar sobre la multitud en un ademán de bendición. Las campanas de la iglesia voltean, alegres; los cohetazos y los morteros estallan en cien puntos; largas líneas de cirios encendidos encuadran el cortejo, que avanza entre deslumbramientos de la gloria del sol matinal!.. Chispean los brillantes de la corona de la Virgen, y el rostro inexpresivo de “la preferida” parece animarse y colorearse en la emoción del triunfo.
La comitiva procesional da la vuelta al santuario con el mismo orden y el mismo prodigiosos recogimiento. Los voladores zigzaguean en el espacio como sierpes luminosas, explotan a los pies de los espectadores y entran silbando por las ventanas de las casas como mensajeros de alegría. Son un tributo de fuego ofrecido a la madre de Dios, la realización de otras tantas promesas. Los que no ofrecen velas de cera, ex-votos y donativos en metálico, ofrecen cohetes; centenares de pesetas quedan así, en pocos minutos, convertidas en humo…
Al regreso de la procesión, el trono de Nuestra Señora hace una parada en la puerta del templo, de frente a la muchedumbre: es el momento de “la despedida”. Se oyen gemidos imploraciones, súplicas, frases de pasión religiosa exaltada hasta el delirio. Los favorecedores le dan gracias. ¡Volvemos el año que viene! –claman muchos- si nos das vida, y nos sigues dispensando tu protección! El obispo y su séquito eclesiastico, de rodillas, adoran brevemente la santa imagen. Los cohetes, lanzados en grandes haces, fingen estallar sobre aquel oceano humano, el tableteo de continuados truenos. Visto desde lo alto, como lo vi yo, el cuadro resulta artísticamente magnífico e innarrable.
Una vez al año la calma de Teror se interrumpe con estas fiestas, medio religiosas, medio profanas. El maremagnun de la feria de ganados y de las transacciones mercantiles, realizadas junto al templo, se una a las manifestaciones devotas de los incontables romeros. Toda Gran Canaria por todos sus caminos, desde todos sus rincones, desde todas sus cumbres, envia a Teror carabanas jubilosas que la invaden completamente y se desbordan de sus muros por la bella campiña. Los peregrinos llevan consigo provisiones, menajes, tiendas de campaña, como las tribus emigradoras. Arman sus ventorrillos e instalan su campamento en la plaza, duermen sobre las aceras en “pele mele” horrible, o no duermen entregandose a las ruidosas expansiones que convierten la romería en una juerga.
Se comprende que la parroquia de Teror sea la más rica de la isla, gracias al prestigio y atracción de su Virgen del Pino. El total de las ofrendas anuales asciende a muchos miles de pesetas. En dinero, en cera, y en objetos de culto, va acumulandose así, de año en año, un gran caudal. Además, la virgen posee en alhajas una riqueza muy valiosa, como dije al principìo: mantos costosisímos bordados en plata y oro, piezas de orfebrería antigua, collares, sortijas, brazaletes, esmeraldas enormes.
Sin contar esta fiesta clásica y tradicional, esta conmemoración del 8 de Septiembre, celébrese en Teror con frecuencia funciones votivas en honor de Nuestra Señora del Pino. Los “indianos” se distinguen en honrarla. Muchos vienen de Cuba Exclusivamente para depositar su óbolo, su plegaria, su tributo a las plantas de sacra efigie. Le atribullen milagros asombrosos, curaciones mágicas y la cándida fe popular no cesa de rogarle y de pedirle. Cuando la sequía se prolonga en la comarca, los terorenses sacan su Virgen a la calle, la pasean por los campos y esperan, llenos de confianza, la lluvia bienhechora que, según ellos, no debe tardar en caer como una bendición de las alturas.
Todo se lo piden. La miran como refugio de los pecadores, como consoladora de los afligiados, como paño de lágrimas, como universal proveedora y madre. Siempre le están cantando la letanía.
No bien la procesión entra en el templo, comienza a desfilar la inmensa concurrencia, que se va como vino, en oleadas. El desbande es curioso. Los automoviles, los carruajes, los carros de transportar fruta utilizados para el transporte de romeros, las tartanas, los centenares de vehículos alineados a la salida de Teror a ambos lados de la carretera, recogen su gente y se la llevan en medio de nubes cegadoras de polvo, en una confusión heteróclita y mareante. Los que vinieron a pie, a pie se vuelven coantando y bailando. Los vendedores cargan fatigosamente el resto de la mercancía, y la vocean y la ofrecen en todo el trayecto, siendo casi seguro que la liquidarán antes de llegar a los punto sde su procedencia.
Los ventorros, desmontados, desaparecen en el fondo de los carromatos, donde la turbas de gitanos tornan a amontonarse...En el camino hay numerosos despachos de bebidas, dispuestos para la circunstancia. Las libaciones continúan sin tregua y ya sin duda muy pocos se acuerdan de la Virgen, en cuyo nombre y en cuya glorificación se refocilan hasta el agotamiento de su resistencia física, verdaderamente imponderable.
Otra vez los senderos semejan hormigueros humanos; pero de aquellas homigas muchas efectúan un fructuoso acarreo, cargan el producto de un tráfico menudo y activísimo, hecho al abrigo de la devoción mariana y del santuario, mientras otras, las de más alla, se dejan todo lo que llevaron. Y en la disolución final de todos los placeres, les sonríe la esperanza de la festividad del año venidero, que será para ellas como esta, vana y estéril, y al término triste…
Solo quedan en Teror las “turroneras” las primeras en llegar, las últimas en retirarse. Son las vendedoras de turrón del pais, que siempre hacen buen negocio en la festividad del año venidero, que será para ellas como esta, vana y estéril, y al término triste…
Solo quedan en Teror las “turroneras”, las primeras en llegar, las últimas en retirarse. Son las vendedoras de turrón del país, que siempre hacen buen negocio en las festividades populares. Con su caja de madera pintada, llena de apetitosa golosina que tienta a grandes y chicos, de su descomunal paraguas azaul y su farol, constituyen en Gran Canaria una figura típica, una nota viviente de regionalismo.
Ellas no se irán hasta que haya partido el último romero, el último feriante, el último turista, porque aún esperan vender el último turrón. Las cajas se han vaciado y se han vuelto a llenar muchas veces. ¡Nunca se acaba su contenido! Y ellas gritaban, infatigables, a los rezagados: un turroncito para los niños!
A las diez de la noche todavía hay unas cincuenta turroneras en torno del santuario, empeñadas en dulcificar a los juerguistas retrasados las heces del jolgorio.
“Hace aproximadamente 500 años en árbol, el pino, dio su nombre a una imagen, la Virgen del Pino. Desde entonces la sombra del primero comienza a retroceder como consecuencia del avance que experimentan las tierras de cultivo a costa del bosque. Por el contrario, la sombra de la segunda se extiende desde el ámbito local hasta el insular tanto por razones de tipo religioso como socio- económicas.
Durante todo el Antiguo Régimen, especialmente en los siglos XVII y XVIII, el Pino de Teror está presente en cuantas catástrofes naturales azotan la isla de G. Canaria. Epidemias, guerras, sequías, crisis de subsistencia, etc., suscitan el poder intercesor de la Virgen del Pino, buscando el remedio a tales arbitrariedades en las bajadas a la Ciudad de Las Palmas. Eran los tiempos de mayor esplendor del culto divino en la iglesia de Teror debido al aumento progresivo de los fondos de la Fábrica Parroquial. Es la época de las donaciones de dinero, joyas, animales, exvotos, casas y tierras que terminan con la data real concedida por Carlos III (19 de noviembre de 1767) de 1500 reales de vellón para ayuda de la construcción de la iglesia y de 126 fanegas de tierra en la Montaña de Doramas (Barranco de la Virgen). Coincidiendo con este período de esplendor, el Obispo Morán aconseja poner el nombre de María del Pino a las niñas que se bauticen con el fin de extender la devoción del Pino, de ello hay constancia en los libros de bautismos de la Parroquia de Teror.
El siglo XIX supone un retroceso tanto del culto como de la situación económica de la Fábrica debido a las leyes de desamortización, y ello tiene su reflejo en las propias bajadas de la Virgen a la Ciudad. Desde 1815 hasta 1936 sólo se produce un intento de llevar la Imagen a la Ciudad en 1858 como consecuencia de la toma de posesión del Subgobernador de la Provincia, quien encargó al alcalde Francisco Bethencourt López los preparativos de la bajada. Aunque en sesión de 25 de febrero de dicho año el Ayuntamiento aceptó la idea y procedió al nombramiento de cuarteleros para la recolecta de limosnas, todo quedó en un intento. En el XIX todo lo que había sido el Pino a nivel insular queda circunscrito a Terror. Su protagonismo queda reducido a la fiesta votiva o del agua, o bien se convierte en el argumento primordial que Teror utiliza para la satisfacción de cualquier necesidad material (ejemplo la construcción de la carretera a Tamaraceite en 1877).
Con el siglo XX la sombra del Pino de Teror vuelve a adquirir una dimensión externa, las bajadas a la Ciudad se repiten, surge la romería el día de su fiesta, y su nombre no sólo denomina a las personas sino que se extiende a clínicas, centros escolares, barcos, cafeterías, etc. Esta expansión ha hecho equivalente el nombre de Teror al de la Virgen del Pino.
En estos momentos de avance a retroceso de la sombra del Pino de Teror su presencia se ha dejado sentir en situaciones conflictivas tales como la invasión holandesa de la isla en 1599, la sublevación de 1768, el motín de 1808, o el problema de la Fuente Agria en 1914. En la invasión de 1599 el papel de la Compañía de Milicias de Teror en la defensa de la isla fue bastante destacado, en especial el de su Capitán Baltasar González Arencibia. Sobre éste los documentos escritos nos dicen “que habiendo entrado el enemigo en esta Isla y hallándose con la gente de su compañía en la marina, riñendo con el enemigo, le quitó la caxa y vandera al contrario y en refacción y premio de esto, mando el señor Capitán General, que en aquella sason era destas islas, que en la vandera de dicha compañía pusiesen la estampa de Ntra. Señora del Pino, matrona en dicho lugar de Teror, y hasta oi (1715) perseuera dicha Imagen a la vandera de dicha compañía…”. La relación del Pino con la sublevación de 1768 se debe a la data de tierras de 1767, lo que motivó la roturación de unas tierras que servían de pasto a los ganados de la zona. Los criadores de ganado del lugar se opusieron y reciben como “premio” el destierro a los presidios de África. El motín de 1808 se suscita como consecuencia de la construcción o no de un nuevo templo en las Capellanías del Hoyo. El pueblo no aceptó el derribo y en esta oposición parece que no faltaron, a juicio del párroco don Agustín Cabral, “algunos particulares, que por no perder la comodidad de tener la iglesia junto a sus casas, invocando una muy cordial devoción a la Sta. Imagen excitaron a los vecinos a que elevasen recurso a la Audiencia para que no se mudase, sino que se compusiese la Iglesia arruinada”.
El 13 de febrero de 1914, coincidiendo con el litigio de la Fuente Agria, un grupo de vecinos solicita del Ayuntamiento la elaboración de un escudo particular en el que apareciese “el Pino y la Virgen del Pino”. Asimismo, solicitan que se encargarse un cuadro en el que debía aparecer “en el centro un majestuoso pino con el nombre de María, rodeado de luz, al medio de las ramas. A la derecha del mismo pino un diseño del frontis de la iglesia parroquial, y a la izquierda un diseño, también, de la Fuente Agria, ambas cosas bajo la sombra de los gajos del pino, consignándose en la parte baja “La Villa de Terror agradecida” y en la parte alta “Nuestro honor y nuestra Gloria”.
Hoy, como una ironía de la historia, no es el árbol el que da su nombre a la imagen, sino que ésta recuerda su nombre y la leyenda de que un día existió el pino en Teror”.
Un impenetrable misterio envuelve el origen de la Imagen de Nuestra Señora del Pino que unos lo explican con piadosas tradiciones; otros quitan al hecho todo carácter sobrenatural y señalan hasta la persona que la hizo traer de la Península.
El autor de la Novena a Ntra. Señora, Don Fernando Hernández Zumbado, ha narrado el prodigio de Terror: “Nuestros padres nos han dicho que dirigidos por un resplandor maravilloso la encontraron en la eminencia de un Pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyas ramas se formaba una especie de nicho; que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía una fuente perenne de aguas medicinales”. Esta es la tradición de siglos recogida en unas breves líneas.
La Virgen de Teror entró muy pronto en el alma popular canaria y no se puede dudar de su abolengo, y prestigio en la historia de Gran Canaria. El Pino de Terror está unido al comienzo de la marianización de Gran Canaria, a las raices de la civilización cristiana isleña; a la sombra del Pino se alzó la primera manifestación cristiana de nuestro pueblo.
La narración del fraile Fray Diego Henríquez sobre las circunstancias del hallazgo de la Imagen es: “que el origen y primer punto del aparecimiento de esta celestial Imagen no fue en tiempo en que los españoles y con ellos la fe, entraron en esa Isla; ni fueron ellos los primeros que la vieron y hallaron, y a quien primero se manifestó; muchos años antes la vio y la veían aquella pagana gente, quienes después de rendidos lo participaron a los españoles”. Aquí arribaron naves mallorquinas hacia 1360 con comerciantes y misioneros, bien recibidos por los Isleños que les permitieron edificar pequeños templos y labrar rústicas Imágenes. Todo el siglo XV fue un siglo de misiones de Gran Canaria; el Papa Martín V en una Bula de 20 de noviembre de 1424 reconocía la existencia de cristianos en ciertos parajes de Gran Canaria. En una Bula de 12 de enero de 1435 recogía Eugenio IV la noticia de que el Obispo Calvetos había convertido en Gran Canaria a muchos naturales. Pío II autorizó en 1462 a los Obispos del Rubicón a firmar paces y tratados con los infieles de las Islas, quienes por este solo hecho quedaban bajo la protección del Papa. Esta campaña evangelizadora realizada en nuestra Isla a lo largo del siglo XV, nos lleva a la conclusión lógica que los misioneros a la vez que difundían los principios del Evangelio, inculcaban en el espíritu de los aborígenes la devoción a la Virgen. ¿Es admisible que se levantaran ermitas y fundieran campanas y no se entronizara alguna Imagen de Nuestra Señora? Es la razón que explica en tiempos de fe y devoción ferviente, la presencia de la Imagen de La Candelaria en Tenerife fue vista por los aborígenes y venerada por los que eran Cristianos, antes de la Conquista.
Un pino fue el primer templo de la Virgen, después fue erigida una modesta ermita. Consumada la rendición total de Gran Canaria a las huestes castellanas de Pedro de Vera, la pequeña ermita fue incorporada a la Catedral en 1514. En sus albores, el culto a la Virgen de Teror no tuvo el marcado sello de popularidad y entusiasmo religioso que le caracterizó en siglos posteriores.
En la primera década del siglo XVII se inauguró un templo parroquial y se inició un vigoroso desarrollo de la devoción y culto a Ntra. Señora del Pino; en el Sínodo celebrado en 1629 se hacía constar la singular devoción del pueblo canario a Ntra. Señora del Pino, porque a su Iglesia “acude mucha gente devota por los muchos milagros que ha hecho y hace”. La fiesta del 8 de Septiembre revestía cada año mayor solemnidad con la asistencia frecuente del Prelado, la de la Diputación del Cabildo Eclesiástico y la afluencia siempre creciente de romeros.
El XVIII fue para la devoción a la Virgen del Pino el siglo de oro; frecuentes procesiones a Las Palmas con ocasión de calamidades públicas, legados testamentarios, adquisición de valiosas alhajas, y sobre todo una devoción popular que llegó a constituir un factor muy importante en la vida pública de Gran Canaria. El apogeo del culto tuvo su culminación con la construcción de la actual Basílica y con la espléndida donación por Carlos III de ciento veinte y seis fanegadas en el Barranco de La Montaña “para atender a la manutención del templo y su ministerio”.
El esplendor del culto quedó reducido por las leyes desamortizadoras, al venderse en pública subasta los bienes que integraban el patrimonio de Ntra. Señora del Pino.
En el siglo XX la devoción a la Virgen adquiere de nuevo una dimensión externa; se repiten las bajadas a Las Palmas y en 1929 se concedieron a la Imagen honores de Capitán General.
La transformación de la sociedad de nuestro tiempo ha afectado a las costumbre y las creencias, contemplándose con nueva perspectiva las tradiciones enraizadas en el alma insular; no obstante, el sentimiento popular lleva a los Isleños a Terror, con un trasfondo de alegría en los corazones, y la Semana del Pino es la Semana Grande Canaria.
Con estos tres títulos fue la denominación con que el pueblo sencillo y piadoso llamó a aquel árbol de cuarenta brazas de altura y cinco de circunferencia en su tronco; no había otro igual en sus alrededores. “Pinus Canariensis” en que aquellos españoles al arribar a esta isla elegida por Ella desde el cielo, colocaron esta imagen de María con su niño en el frondoso Valle de Aterura, a la que se llamaría Santa María del pino; árbol que estuvo de pie hasta aquel Lunes de Pascua de Resurrección, el 3 de abril de 1684 en que, debido a un vendaval, se cayó; se durmió sin causar daño a nadie, ni siquiera a la iglesia de una sola nave, muy parecida a la iglesia de San Lorenzo hoy.
Los feligreses lloraron la caída del árbol donde vieron a la celestial señora por primera vez; en que fue bajada a los brazos del obispo Don Juan de Frías, después de ver aquel resplandor maravilloso en la altura del Sacrosanto Pino. Los años del árbol que hacía de campanario y el vendaval le hicieron caer con pausada suavidad y mansedumbre.
De este Santo pino de la Virgen sólo queda una Cruz. Esta Cruz estuvo primeramente en la Plaza del Pino, sobre un sencillo pilar.
Durante las obras de la iglesia del Sagrado corazón de Jesús de Arbejales, la Cruz fue llevada para presidir las obras desde 1913 al 28 de julio de 1924 y después de varias vicisitudes fue trasladada a la Basílica. Hoy se encuentra en el Camerín en una urna de cristal.
Al pasar a la Basílica la Cruz de madera, en su lugar, y sobre el pilar, se puso una Cruz Verde de metal, con un arco con varios bombillos de colores. Años más tarde sólo tenía un farolillo con un jardín tras una verja. Con motivo de la transformación de la plaza del Pino se trasladó al lugar, sin jardín ni iluminación. Este pilar se enrama todos los años para las Fiestas de la Cruz, en el mes de mayo.
El 9 de septiembre de 1991 al tropezar un camión con un cable del alumbrado tiró la Cruz sin causar daño al monolito.
Desde mi niñez conocí en la plaza de Teror siete pinos, el mayor y más robusto, decían los antiguos, era hijo de aquel donde apareció la Virgen; estaba donde está hoy la plaza Teresa Bolívar y cayó también por otro vendaval, en los años sesenta; los otros cuatro se arrancaron con la transformación de la plaza. Hoy sólo quedan dos pinos”.