Pregón 2008

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Me ha correspondido el alto honor de ejercer de pregonera de las Fiestas del Pino 2008.

Pregonera, digo. La rotundidad fonética de esa palabra -pregonera- ha de despertar en nosotros tesoros de evocación que nos retrotraen a tiempos ya lejanos. Aún resuenan en los oídos de nuestra cultura -aunque muy atrás han quedado en la Historia- los redobles de tambor que atronaban las calles y las plazas de villas, burgos o lugarejos para conjurar a las gentes alrededor del vocero que anunciaba noticias y sucesos; allá, en los primeros asentamientos urbanos. Bandos de la autoridad, proclamas, edictos, ordenanzas, noticias relatadas con veracidad o adobadas de imaginación, iban siendo difundidos aquí y allá a través de la voz cantarina del pregonero; una voz rotunda y tal vez ruda; pero modulada en sonsonete singular que calaba en las mentes y en los corazones hasta sobrepasar los tiempos conformando las primeras páginas de la literatura popular transcrita en sus pliegos de cordel.

El pregonero de noticias inminentes ejercía por encargo de alguien importante, de alguien con poder; y esa era la única autoridad que le asistía, porque individualmente, él sólo ofrecía el valor de saber leer y escribir, algo peregrino y no demasiado apreciado en aquellas épocas. Los cuadros históricos dibujan a ese pregonero erguido y firme, ocupando lugar destacado en las plazas públicas para abrir allí con cierta solemnidad su pliego y salmodiar cadenciosamente su contenido. Llamaba la atención; le rodeaba enseguida la algarabía popular. Conseguía su objetivo.

Paralela a la función de noticiero oficial que ejercía el primitivo pregonero, muy pronto, el juego, la fiesta y la diversión requirieron la presencia del altavoz humano. Y desde las festividades paganas a las cristianas, ha habido siempre un pregonero de los divertimentos; desgañitado e incansable: en las encrucijadas de los caminos, en las barracas de las ferias, en los aledaños de los espectáculos, en las tómbolas.

En nuestros días, un pregonero sigue siendo el que en voz alta y en los sitios públicos anuncia algo que conviene que todos sepan. Hoy; sin que hayan desaparecido del fondo de nuestros oídos arrullados por la sal de la nostalgia, las voces de los más humildes de los pregoneros; aquellos que en un ayer cercano horadaban con rotundidad cadenciosa las ventanas de nuestras casas pregonando productos del día. Como al de ayer, al pregonero de hoy, alguien con autoridad le ha responsabilizado de tal tarea sólo porque es del dominio público que sabe leer y escribir, porque se confía en que será capaz de pronunciar un discurso que sirva para realzar la celebración de una festividad y tal vez para incitar a las gentes a la participación en ella.

El alguien con autoridad de hoy es el señor Alcalde, don Juan de Dios Ramos, y la designación honrosa ha recaído en esta hija de Gran Canaria, ciudadana de su capital con raíces hondas en estas medianías, en Firgas, concretamente. Esta pregonera asume ahora la responsabilidad de continuar la tradición tomando un testigo prestigiado por tantos antecesores ilustres. Se dispone a interpretar el papel máximo de pregonera de estas Fiestas de Teror y su Virgen del Pino, tan entrañables. (Gracias señor Alcalde por su deferencia hacia mí. Espero responder a ello con la dignidad que merece usted y la ilustre villa a la que representa.)

Las fiestas de Teror y su Virgen del Pino: una solemnidad festiva de excepción; una convocatoria privilegiada por su riqueza significativa; abierta a todos los canarios para la connivencia y la convivencia, para el fervor y el disfrute común. Precisa esa convocatoria de aldabonazos primeros que han de resonar con imágenes, con voces, con cantos. La imagen hace algunas semanas que se desplegó públicamente en forma de cartel espléndido; la voz se alza ante ustedes ahora; la música y el canto sonarán enseguida.

Mediante el reclamo gráfico que es su cartel, El Pino 08, M. Mar Caballero, con la magia del arte y la aparente simplicidad de las verdades elementales, ha logrado expresar lo que para ella significa esta fiesta: una simbiosis de la esencia y el rito; del alma y el culto, del espíritu y el protocolo; de lo permanente y de lo accidental. Domina el cuadro de M. Mar lo esencial, la Virgen del Pino; escueta en su imagen, desnuda de abalorios, en la forma prístina que recibió del artista que trabajó su madera; sublime en las sencillez amable y bella de la talla original. Enmarcándolo, la intensidad del color, la filigrana artística, el brillo, el retorcimiento de la forma, la mezcolanza ornamental… todo aquello que el rito y la tradición han añadido para vestir de ceremonia un mensaje; para dotarlo del protocolo externo que precisan los conceptos y las ideas para convertirse en realidades sensibles, entendibles. Y el rito, la tradición, lo circunstancial, es igualmente un arte admirable por lo que muestra del poder imaginativo de sus creadores. Mucho sabe de ello nuestra liturgia católica, es decir, el arte del rito en su cara religiosa. En efecto, si conmovedora es la talla de nuestra Virgen del Pino en su original sencillez, ésta consigue conmover de modo distinto cuando se muestra recubierta de adornos: el manto rico, el color y el brillo, las luces, la majestad soberbia del trono.

Tras el impacto de tan significativo cartel, la voz de esta pregonera se propone representar su papel dialogando con esa misma idea, desde el convencimiento compartido de que la fiesta posee dos caras complementarias para una misma significación: es esencia y es rito; es fervor y es canto; es devoción y es risa; es contenido y es tradición; es fervor interno y es alegría externa.

Para condensar mi propósito en un título, he pedido prestada una perla a Néstor Álamo: Caminito de Teror, se llama la perla; arrancada para la ocasión de esa joya de canción que la tradición poética ha consolidado para nuestro placer estético. Arrancada ha sido la perla con toda malicia -confieso-, porque su cualidad de joya lírica, a la vez poética que popular y tradicional, prestará nuevos apoyos a mi diálogo que, junto al artístico de M. Mar, podrá apoyarse no sólo en la sensibilidad erudita del gran Néstor, sino en la de todos ustedes, que ahora lo escuchan sintiendo los sones de esa canción en los oídos y en las almas. Una canción tan atractiva musicalmente como rica en emotividad; porque en esto de la emotividad, lo más ingenuo y espontáneo es también lo más cálido y conmovedor. Sobre ella volveré.

Joya literaria, tradición poética, canción… Entramos en el campo de la literatura.

A él quería llegar. Porque, junto a los de Néstor, otros reclamos literarios apoyarán mi texto: tradicionales y populares, o cultos o eruditos; que en cuestión de arte lo mismo da. De todos es sabido que el conocimiento profundo de los registros de una modalidad artística adensa el placer estético que de ella recibimos; pero también, que los sentimientos esenciales no precisan de demasiado requilorio para revestirse con un arte que es innato y que, brotando espontáneamente y expresándose con sencillez de forma, consigue eficaz efectividad poética.

El arte, cuando de verdad lo es, siempre es un reconocimiento, un redescubrimiento; sea culto o sea popular, nos conmociona mediante un impacto recóndito: como si diera en la diana de algo que llevamos dentro sin saberlo, y que con él aflora. Cuando esto sucede, arte y sentimiento se aúnan hasta ser difícil distinguirlos; si nos embelesamos ante el sonido de un cencerro en el silencio sereno de una barranquera, o ante la belleza estructural de una sinfonía, o ante el borboteo del agua que cae, ¿podríamos asegurar la procedencia de tal encanto? ¿Consistirá, más que en los sonidos, en la serenidad inefable del momento, reflejando las vibraciones escondidas de nuestra alma?

Fácil por el número de los textos y difícil por la necesaria elección, sería desplegar ahora ante ustedes una antología de textos literarios sobre Teror y su Virgen del Pino. No voy a intentarlo. Sólo recordaré retazos de algunos de ellos, entreverados con mis reflexiones o evocaciones, los nombres y las voces de sus autores.

Para ceder la palabra, cortésmente, en principio a los de fuera, a los invitados, empezaré evocando el breve «requiebro lírico» que dedicara a Teror un foráneo de excepción, a quien la historia y sus circunstancias concedió que no lo fuera tanto; que respirara los aires tranquilos de Fuerteventura y que conociera Gran Canaria como pocos escritores de su tiempo. Me refiero -está claro- a don Miguel de Unamuno. Hasta once escritos de tema canario -artículos y discursos- recogió Francisco Navarro Artiles de entre las obras de Unamuno. Uno de los más interesantes se titula La Gran Canaria y fue redactado como evocación literaria del salmantino tras la visita a nuestra isla en 1910, cuando fue invitado a presidir los Juegos Florales que darían el premio de honor a Tomás Morales. El texto en su conjunto constituye un amplio y sentido paseo por la geografía grancanaria, por sus paisajes, sus almas, su idiosincrasia. Oportuna es ahora la reproducción del párrafo que se refiere a Teror, a quien supo ver como «la villa recogida y plácida que sueña entre montañas». Dice don Miguel, recortando ahora parcelas de sus escritura.

«(…) Subí a Teror, un pueblecito de singular sosiego, que me recordó alguno de los pueblos del Miño portugués. Si no fuese por las palmeras, este árbol litúrgico que parece un gran cirio de quieta llama verde, si no fuese por los plátanos, si no fuese por otras plantas tropicales, esto recordaría a Galicia. Pero allá, en Teror, a cerca de 600 metros sobre el nivel del mar, el aspecto varía. El frondosísimo castañar de Osorio me recordaba más de un rincón de mi nativa tierra vasca. Y allí, en aquel castañar de Osorio, me tendí a la caída de una tarde hasta ver acostarse las colinas en la serenidad del anochecer. Es algo siempre nuevo, algo que siempre parece llevarnos a la fuente de la vida, algo que nos invita dulcemente a confundirnos con la madre tierra.

Era la noche de San Pedro, y al volver del castañar a la villa brillaban por dondequiera las hogueras en las sombras de las montañas y se oía el resonar de los caracoles marinos mezclado al de las ranas. Y entramos en aquel Teror de sosiego, donde tan bien se duerme.

Allí, en Teror, está el santuario de Nuestra Señora del Pino, la consoladora de las aflicciones domésticas de los canarios».

Hasta aquí Unamuno. La tonadilla popular podría corear sus palabras:

¡Ay Teror, Teror, Teror; ay Teror que lindo eres, claveles, rosas, jazmines; jazmines, rosas, claveles!

Se trata, en efecto de un requiebro lírico a Teror, como habíamos apuntado. Muchos otros podríamos extraer de distintos autores: sólo uno vamos a recordar, de Francisco González Díaz, a quien enseguida volveremos.

«[Teror es] el más simpático, el más hospitalario de los pueblos de Gran Canaria. Tiene ángel, como ciertas personas de quienes se afirma que con la mirada subyugan y con la palabra rinden voluntades y afectos. Este don prodigioso hace que, cuantos le conocen, le amen y no le olviden».

Quiero imaginar que los lugares, como las personas, agradecen con íntima complacencia una mirada amiga, un gesto de reconocimiento, un requiebro amable. Quiero imaginar que los lugares, como las personas, guardan un corazoncillo que late oculto entre las piedras o los matorrales. Sin duda, la villa de Teror, escondido su corazón entre los castañeros, las baldosas de la alameda o el musgo verde de los tejados, recuerda su historia y sus blasones, descubre sones antiguos en el rumor de sus fuentes y, también, escucha -y agradece- el latido de otras voces, amigas, en las voces que hoy la envuelven. Y, observando la cotidianeidad actual de sus gentes, siente el latido de la vida que discurre silenciosa y recoleta. Y se siente a gusto con lo que ha llegado a ser. Hasta orgullosa, llega a sentirse de su conformación geográfica, de la organización de sus calles, de sus piedras, de sus caminejos amigos en Osorio, de su Pino santo. Sobre todo de su Pino santo, el que fue elegido por la Virgen cuando se acercó personalmente a Gran Canaria.

En su piropo literaturizado nos recordó don Miguel, en efecto, la belleza del paisaje; y en él los castañeros: el castañar de Osorio. ¡Cuantas comidas familiares a su sombra recuerda esta pregonera! No faltaba mi familia a la cita anual del Pino. La improvisada parranda familiar viajaba a Teror, tempranito; y, más que el día de la fiesta grande, el de las Marías, el domingo siguiente, acallado algo el tumulto callejero, solemne y entrañable siempre la Virgen del Pino, «la consoladora de las aflicciones domésticas de los canarios», como determinó don Miguel con la agudeza propia de las miradas inteligentes, cuando observan desde fuera. Indispensable era la cita terorense, apiñada, cuando había algo especial que agradecer o que demandar. ¡Qué regocijo cuando la familia podía presentar algún miembro nuevo!

Continúo con la literatura. Tras la cortesía al foráneo, el obligado saludo a los anfitriones: ahora, dos voces de Teror con distinto registro: el culto y el popular.

De nuevo, Francisco González Díaz, intelectual destacado y periodista de renombre, que hizo de Teror rincón isleño de adopción. No sólo escogió su paisaje para dejar transcurrir los últimos años en la isla, tras el regreso de una larga estancia en Cuba, sino que impregnó de ese amor a Teror muchos de sus escritos; en especial, el conjunto de ensayitos líricos que agrupó bajo el título de Teror, en 1928. Son sus composiciones estampas literarias breves que tiene en común el marco de la inspiración que les da vida, el aliento lírico del tratamiento de paisajes y evocaciones y la sintonía formal de los textos: treinta y cuatro pinceladas de delicado impresionismo estructuradas en momentos más breves.

Hojeando esas páginas entresaco estos párrafos, descriptivos y definidores, a la vez que líricos:

«Acabo de pasar una breve temporada en Teror, divagando y soñando… Teror es uno de los pueblos más hermosos de Gran Canaria, en el fondo de un valle bellísimo, a la sombra de un santuario célebre. Le rodean campos siempre verdes y un laberinto de montañas cuyas cimas se recortan en el azul de un cielo idealmente puro, cuando no las envuelve la niebla desgarrada en jirones de tules fantásticos… Cuadro idílico, pastoril. Suena a la continua la campana de la iglesia del Pino que llama a misa, a oración o novenario, suena el reloj de la torre que toca las horas, las repite y da las medias y los cuartos con voz cansada, suenan las esquilas de los rebaños que pastan o sestean, y se duerme el pueblo arrullado por esos sones sacros y bucólicos, los únicos que turban su quietud; más bien dicho, la acompañan. (…) La vida están regulada, dominada por aquellas dos campanas inexorables…La naturaleza, propicia y dulce, dice: ve despacio, mira y alégrate. Cronos y la religión dicen: apresúrate, todo lo que acaba, acaba pronto…

Y Teror, ni va despacio ni se apresura. Sigue un paso medio, sostenido, que le permite marchar sin exaltaciones ni sobresaltos hacia su destino, que es hermoso.».

El paisaje de González Díaz tiene color (el verde, el azul, el blanco) y tiene sonido: el de las campanas de las dos torres, y el de la vida campesina con su pausa característica. Son pinceladas sensibles que enmarcan embelleciendo, y son sensaciones sinestésicas que se interiorizan encaminados hacia el remate filosófico de alguien marcado por la enfermedad:

«Son mis páginas un tributo de amor (…). [En Teror] me he refugiado para tratar de aliviarme las penas y curarme las heridas. Aquí las penas se me endulzan, las heridas se me suavizan, Aquí logro adormecerme en una paz bienhechora. Aquí siento menos triste la vida y menos amarga la muerte».

El segundo de los terorenses cuya voz evoco, lo es con garantía de origen. Vicente Jiménez, poeta y prosista, dejó publicados textos de géneros literarios distintos. En el poemario En la isla de la luz (1928), versos sencillos y rimas arromanzadas dibujan evocaciones líricas de distintos lugares de Gran Canaria. Dos de ellos escogen a Teror como motivo poético directo. No podía faltar el que canta a la Fiesta de Pino, estructurado en dos momentos: el de la devoción y el de la diversión. Para el primero engarza un collar de imágenes líricas inspirado en el momento de la procesión solemne de la Virgen:

Por la rosa de los ojos
vi el clamor de las miradas

La Palomita de Luz
sobre telares de plata
va volando por el sol
en el cuadro de la plaza.

Fanales de clara luna
sobre el trono se derraman

Palomita de los cielos
para la voz eres blanca
en ensueño eres azul
dentro de flores de plata

Lirio de estrellas del día
se deshoja cuando pasas
y lloran voces de amor
en procesiones aladas

Quien caminó los caminos
herido en dolor te llama.
Quien miró cuando le herían
halló luz en tu mirada

La Estrella de fuego brilla
sobre el temblor de las andas
y el pueblo deshoja luces
para el jazmín de tu cara

PINO encendido de aromas
sobre telares de plata
va volando por el sol
en el cuadro de la plaza.

La diversión de la fiesta rasguea con sonoridad popular en los versos del segundo momento poético del poema de Jiménez:

Los caminos de la tarde
caminan cantando fiesta,
hacia la noche del Pino
con cantares de la tierra

Desgarrada por el viento
vuela isa parrandera
cortando flores de labios
cortando azul de la sierra.

Noche de fiesta en Teror
los caminantes te alegran
apretando ventorrillos
en las puertas de la Iglesia.

Lienzos de noche de fuego
incendiados de candelas
con resplandores de fe
y loca bulla de feria.
Venga vino mucho vino
Venga juerga mucha juerga (…)

Los caminantes; el camino a Teror.

Fray Lesco, ensayista impar, prosista de calidades nada comunes, lo evocaba así:

«Todos los caminos te buscan, Teror, desde lejos, y suben o descienden a ti naturalmente. Las aguas más puras penden a tu valle como a un cauce, o manan en él como un sudor de la tierra. Los pinos más castizos se han avecindado en tu solar».

Los caminantes; el camino a Teror. ¿Qué grancanario no ha sido alguna vez peregrino del Pino? Recordamos ahora el humor, entre tierno y sardónico del gran Alonso Quesada quien dedicó al Pino y sus fiestas varias de sus crónicas (la crónica, ese apunte de actualidad; esa mezcla atractiva de vivencia y reflexión, de esbozo y de puntualización). De Quesada extraemos un botón ejemplar de su maestría para reproducir el coloquio y hasta el tono de nuestra habla canaria.

«Todos los jóvenes van a la fiesta del Pino. (…) «¿Tú vas a la fiesta del Pino?» Ir a la fiesta del Pino, significa tener un pañuelo de seda color ocre, y un tartanero amigo a quien se le pregunta: «¿Cuánto nos llevas por llevarnos el día del Pino a Teror?» Y que el tartanero conteste: «Ese día, don Juan, son seis duros; pero por ser a Vd. lo llevaremos en cinco. Pero dígame si van para no comprometerme y preparar otro caballo.» Hay jóvenes que van hacia el porvenir, otros que van hacia el bienestar y otros que van al Pino. (…)

No se puede contar con ninguna persona la víspera del Pino. -«Conmigo no cuenten mañana, que voy al Pino con unos amigos.» -Todo se hace en la isla pasado el Pino. Las vacaciones de los chicos terminan con este día; y si hay algo en proyecto estos días, se tendrá que dejar para después del Pino -«Cuando pase el Pino nos ocuparemos de eso». El Pino debiera ser el 3l de Diciembre, para los insulares.

Después del Pino empezar el nuevo año, y decir: -«Año nuevo, vida nueva.» Después del Pino la vida suele tomar otro rumbo en la isla. Después del Pino se vislumbra la luna nueva que es esperada con gran ansiedad. Cuando acaba el Pino, la gente se pone contenta para trabajar y volver a la vida ordinaria. Es el Pino para los insulares como una especie de Ramadán mahometano con un buen sentido católico: El Pino es tan inevitable como una casa que están terminando en la plaza de Santa Ana. Es preciso que pase el Pino para poder equilibrar nuestro corazón y nuestro pensamiento.

Nosotros no hemos ido nunca al Pino. Todos los años hacemos el propósito de ir. Pero decimos todos los años: -«¡Y a mí que me gustaría ir al Pino!» Y no vamos sin embargo, pues si llegamos a ir, ¿cómo podremos decir esta frase tan hermosa, tan isleña, tan invariable: «¡Y a mí que me gustaría ir al Pino»?”.

Como casi todos los que ahora me escuchan, esta pregonera recuerda, con el dulce regusto de la nostalgia, sus primeras caminatas a Teror desde Firgas, en años ya bien lejanos, con familiares y con amigos. La salida, mejor con la fresca. En los preparativos, el pequeño macuto, el zapato cómodo, el sombrero, la caña recién cortada. Ya en la ruta, la tierra colorada de la montaña, el agua fresca en las Huertecillas o en Los Chorros; luego el descenso más o menos ligero, Los Castillos abajo, entre risas, cantos y algún traspiés. Pronto la llegada a la carretera, los primeros castañeros (¡aquel castañero gordo!). Allí, cumplida la etapa grande, el primer descanso. Enseguida la ilusionada etapa final: la remontada lenta hasta pasar el puente y llegar al cruce de las carreteras frente a la fonda del Pino. Adelante ya, más deprisa, por la calle familiar de los balcones de tea adornados con esplendidez y la plaza del laurel soberbio y los pinos altos, enhiestos. Por fin, la iglesia, piedra, tea y oro, altares cuidados con primor de encajes. El trono de la Virgen lo domina todo, refulgente de plata y de luces; tembloroso de cirios; aromático. Nos sobrecoge el destello multicolor del manto majestuoso. Envuelta en él, asoma la cara linda: Linda la madre de Dios. Virgen canaria y bonita, la virgen que quiero yo. Ha llegado el momento de la plegaria emocionada. La cara linda nos sonríe enigmática. A nuestro parecer nos mira casi con complicidad. Seguro que la Virgen entiende los terribles problemas de nuestros dieciséis años: La Virgen; La Virgen, la más hermosa, la Virgen que tiene un niño con su carita de rosa.

Nuestra alma sonríe confiada. Sabíamos que valdría la pena la caminata a Teror.

¡Cuantas promesas de peregrinaciones al Pino ante un problemilla personal, ante un examen o prueba más o menos complicada!

Pasado el momento mágico, el de la esencia de nuestro peregrinar, suena la hora del esparcimiento y la tradición: la compra del cesto en la plaza, el pan orondo de miga y sonoro de corteza que nos espera ahí cerquita, con el queso tierno y el chorizo de Teror; no faltará la carajaca y el vaso de vino; o el pizco de ron, que no en vano era antaño la bebida por excelencia; una bebida peleona, por cierto, y responsable de más de una pelea ventorrillera, como recordaba don Juan Rodríguez Doreste en las páginas de madurez que tituló Crónica de un hijo del siglo.

Teror. Fiesta de Pino

Pregoneros ilustres de Teror han dejado para la Historia espléndidos textos. Traigo ahora retazos del que pronunció el amigo y maestro Alfonso Armas en 1987 y que tituló Agua y castaños. Nos parece ahora escuchar aquella su voz, envolvente, de orador nato; aquella su modulación fonética amplia, cadenciosas por naturaleza. El texto de Alfonso Armas va a recordarnos voces antiguas y recrearnos con esplendida inmersión histórica en las significaciones del pino, del agua y de la devoción a la Virgen del Pino. Inicia su así su rosario lírico:

“Grato es volver a Teror. Buscar otra vez el tiempo perdido. Olor de laureles, ecos de las baldosas de la Alameda; barrancos, castaños; montañas; yagua, murmullo soterrado de agua y de fuentes. Teror siempre confortado por el agua de sus manantiales. Volver a recorrer, con la imaginación, caminos, veredas, valles y altozanos de la Villa. Recorrerlos para revivirlos. Para hacerlos más nuestros; o para desgranar mejor los piñones que forman el pasado. Esos piñones pequeños, duros, inalterables que encontramos a la vuelta del camino, en las ramas de cualquier pino, de uno de esos impertérritos y enhiestos testigos del tiempo que simbolizan la perennidad del pueblo”.

Alfonso Armas, digo. Junto a él, claro, me viene a la pluma el nombre de Benito Pérez Galdós… No podía faltar Pérez Galdós en mi pregón.

Hace unos días, un periodista me preguntó si Galdós había venido a Teror o si había nombrado a esta villa o a sus fiestas. Ojalá hubiera podido contestarle que sí, para que se quedara contento. ¡Qué bonito titular! Pero no pudo ser.

Respecto a salidas del autor de su ciudad natal o visitas a lugares grancanarios ajenos a ella, sólo consta sus estancias en el Monte Lentiscal, en Los lirios: cuando era pequeño y, con su familia, quiso huir de la peste de 1851; y luego durante la visita a su tierra de 1894, de Madrid a Gran Canaria pasando por Cádiz, en que subió al Monte y allí se dejó retratar, sentado en un poyete de piedra: ojos reidores, larga boquilla, cachucha, ademán desenvuelto y campechano. Tal vez se llegó alguna vez a Valsequillo, la tierra de los Pérez, detrás de los recuerdos que ligaban a su padre y abuelo militares con el cuartel que aún se conserva allí. ¿Pudo venir a Teror? Muy distintos a los de hoy eran los tiempos grancanarios que vivió Galdós, cuando las distancias se medían al paso lento e incómodo de las caballerías. Domingo J. Navarro, en los Recuerdos de un noventón que publicó en 1889 con nostalgias críticas de veinte años antes, dedicó un capítulo a ese asunto: «Una expedición a la Fiesta de la Virgen del Pino»; lo tituló. Las vicisitudes del traslado a Teror ocupan la mayoría de sus páginas: se trataba de un traslado para ocho dias, claro, dada la dificultad del asunto: caballos, yeguas, mulos y burros, comprometidos muchos días (unos alquilados, otros prestados) para el acarreo de colchones, ropa de cama y mesa, baúles, fardos… Y

«¡San Nicolás arriba…! Y los mil percances del camino; y la llegada a pie porque los animales no podían más… (…) con más ganas de tenderse que de divertirse.».

El texto de don Domingo dedica mucho más espacio al traslado que a la meta del mismo, en Teror y su fiesta.

Si Galdós vivió esta peripecia no podemos saberlo. Es cierto que, durante los años de su infancia y juventud (recordemos, entre los años cuarenta de aquel siglo y 1862), nunca pudo gozar de alguna de aquellas emotivas «bajadas» de la Virgen a la capital porque, aunque la devoción a la Virgen del Pino es muy antigua y se prodigaron esas bajadas de la imagen durante el siglo XVIII, esa tradición se cortó, temporalmente, tras la muerte del Obispo Verdugo en 1816. Pero sin duda en el ambiente católico y tradicional que sedimentó su espíritu y su mente, se hablaría de las fiestas de Teror y de su entorno, y se empaparía personalmente de la devoción familiar por la Virgen del Pino. De eso sí tenemos pruebas. Al menos dos. La primera tiene que ver con su padre, Sebastián, y su tío Domingo que, como subteniente y capellán, respectivamente, formaron parte de la expedición de Granaderos que en 1809 se sumó a la lucha contra el francés. Ambos testimonian por escrito que se dio el nombre de Canarias a ese batería de granaderos porque lograron gran victoria en la batalla de Chiclana al entusiasta grito, precisamente, de ¡Viva la Virgen del Pino! ¿Cómo no iba a relatar en casa ese episodio don Sebastián, y como no dejaría de calar en la sensibilidad de aquel niño tan aficionado a coleccionar cromos y soldaditos y a confeccionar pequeños altares y monumentos? La segunda de las pruebas es tangible y real: se trata de una postal representando a la Virgen del Pino en el momento de la Procesión solemne de su Fiesta. que don Benito guardaba y que hoy se conserva en su Casa Museo. El centro de esa postal lo ocupa la Virgen del Pino, de frente, en su trono rodeado de eclesiásticos, de damas con mantillas blancas; en el fondo los perfiles ocres de la Iglesia; en los lados los balcones de tea y las casas; y la multitud en procesión, abigarrada de fervor y entusiasmo.

Cuando don Benito redactaba Ángel Guerra, fraguaba un viaje a su tierra que no podría realizar hasta tres años después. Se hallaba el autor en la etapa estética que los estudiosos llaman «espiritualista», que significa tanto un superar del realismo hacia el modernismo y los vaivenes del fin de siglo, como un repensar del asunto religioso, tan crucial en la obra como lo fue en la vida del escritor. Y en esa novela, la que narra la evolución, por amor, de un hombre violento y descreído hacia la moderación y la espiritualidad, hay páginas más que atractivas sobre la religiosidad, sobre las devociones, los ritos y las liturgias del catolicismo. Cuando el protagonista comienza a frecuentar los templos y las prácticas religiosas, sólo hay una devoción que íntimamente reconoce y acepta: la de la Virgen que «le transportaba a la región etérea y luminosa» -leemos, y que conseguía llevarlo, en los entresijos de la devoción, de lo externo a lo interno: de «sus ojos y oídos (…) a las fibras del sentimiento, y, poco a poco, a los espacios de la razón.»

Nos atrae ahora, en este marco y en esta ocasión, la evocación de un Galdós redactando tan sentidas páginas sobre la devoción a la Virgen. Y queremos imaginar que recordaría las vividas en su infancia, en su casa canaria; tal vez recordaría la advocación mariana del Pino. ¿Por qué no? De los recuerdos de la infancia dejó escrito en páginas de esta misma novela: «De algunas cosas de su infancia conservaba la impresión inmutable, como si aún las estuviese viendo».

Literatura culta, literatura popular. Arte siempre.

Volveremos a la canción antes citada, Caminito de Teror, para cerrar esta breve miscelánea de textos. Música y poesía de nuevo; popular y tradicional, de nuevo; de esa que apunta directamente a las esencias humanas; de esa que conmueve a todas las sensibilidades, más allá de erudiciones o sabidurías.

Caminito de Teror, la canción y la música que nos viene sirviendo de referencia, es un ejemplo privilegiado. Una sensibilidad excepcional, en este caso la de Néstor Álamo, le dio forma y le dio vida. Pero ya es nuestra. De todos; ayer, hoy y mañana. Si la escuchamos interpretada por distintos grupos, podemos detectar ya algunas variantes: ha entrado en la categoría de canción tradicional.

La canción está organizada en dos partes, con sus respectivos clímax, o momentos de especial tensión. Tras una eficaz sacudida musical, los primeros versos de la letra, llaman a esa plenitud reconfortante que supone la fusión con los demás, lo compartido: Vamos, ven y no me dejes, caminito de Teror. En principio, la Virgen es invocada en su divinidad (Linda, la Madre de Dios), para derivar enseguida, en connivencia cercana y cómplice (Virgen canaria y bonita; la Virgen que quiero yo), hacia un primer clímax de lirismo y emotividad, coincidentes ahora letra y música para enfatizar en especial altura tonal el alcance significativo de la idea: su nombre me llena el alma, o me llega al alma, caminito de Teror -escuchamos del poeta. (¡Claro que un nombre puede llenarnos el alma! La música y la poesía nos involucran en un mismo sentir). El deseo de eternizar ese momento cierra la primera parte del texto, regalándonos ahora el poeta el engodo de una ambigüedad semántica: Y siempre estuviera andando el camino de Teror. ¿A qué camino se refiere? ¿Al físico de la carretera, o al espiritual del ascenso emocional? Llega la canción a su segunda par con la visión de una Virgen ahora humanizada, cercana: cuidando a su niño, tan bonito, chiquitito, lavando pañales entre los juncos; pero también ocupándose de nuestras pequeñas grandes cosas: diciendo ¡ay diciendo! que tú me quieres a mí. ¿Quién no ha acudido a la Virgen ante un desamor que nos pareció trágico o una meta profesional dificultosa?

Prosigue la canción. El solista alza su voz y apura su melodía (Y siempre estuviera andando el camino de Teror) para adentrarnos en el momento culminante de la canción: el segundo climax y el final. En su esencial sencillez, lo que podría ser el estribillo logra estremecernos emocionalmente, como si fuera magia; casi sin saber por qué: Y no me importara ¡bendito sea Dios!, pasarme la vida entera, caminito de Teror. ¿Magia? Todo tiene su explicación. Todas nuestras emociones son explicables; en la vida, y en el arte que logra metaforizar nuestros sentimientos. Sin obviar la envoltura determinante de la música, ahora el truco está en el juego lingüístico: y no me importara -hemos dicho; hemos cantado-, acudiendo al aspecto temporal de la probabilidad (en gramática, el subjuntivo) para arropar la fuerza de la imagen irónica; o, lo que es lo mismo, para reafirmar desde una distancia cortés, modesta, isleña, canaria, la seguridad de un anhelo; un anhelo que la siguiente exclamación subraya: ¡bendito sea Dios!, como un suspiro profundo; la expresión más espontánea de un deseo fervoroso. Y, enseguida, pasarme la vida entera: un octosílabo de enorme fuerza fónica y una hipérbole perfectamente entendible, coloquial, habitual: sencilla y clara de forma, rica y profunda de contenido, subrayada, como en el caso anterior, con tonos altos y despaciosos: pasarme la vida entera… ¿cómo?: caminito de Teror; es decir en este estado de ánimo; con la alegría interna y esencial que ahora me seduce y en la que ocupa lugar importante la parafernalia externa, la fiesta, el sonido de la música. Y, observemos finalmente, caminito de Teror: no camino sino caminito, aprovechando, de nuevo, el poeta los juegos retóricos que el arte literario extrae de la lengua común: acudiendo a la afectividad del diminutivo de nuestra habla canaria; que no disminuye, sino acerca afectiva y emotivamente.

Teror. Nuestra Virgen del Pino. ¡Cuántas páginas poéticas, en tan distintos registros!

Señor Alcalde: de nuevo, muchas gracias por haberme regalado la oportunidad de «proclamar» hoy mi pregón; por haber elegido mi voz para abrir estas fiestas del Pino, 2008. Supone para mí un honor que no estoy segura de merecer. Muchos nombres ilustres me han precedido, algunos de ellos fueron o son mis maestros o mis amigos: el mío, el quinto de mujer, me decía un periodista. ¡Qué honor! Todas ellas, gente luchadora, y personalidades más que sobresalientes: la fortaleza y empuje de doña M. Paz Sáenz; el encanto artístico y humano de doña María Mérida; la calidez generosa de doña M. Carmen Benítez de Lugo; la perspicacia inteligente de doña Teresa Cárdenes. Afortunadamente, con casi todas ellas podría celebrarlo distendidamente.

Sr. Alcalde y corporación: estamos pasando momentos difíciles de dolor y de luto. Precisamente por ello, en recuerdo de nuestros desaparecidos, de Javier Ayoze en especial, y compartiendo las lágrimas de los más allegados, le pido a la Virgen del Pino que Teror logre este año de 2008 las mejores Fiestas del Pino de la Historia. O, al menos, que así lo sienta usted y los terorenses; y todos lo grancanarios y los canarios con ustedes. Que todos, usted y su corporación, el señor Obispo y el párroco de Teror, las autoridades civiles y las militares, el pueblo todo, formemos una piña espiritual, devota y festiva, para lograrlo. Con la ayuda de la Virgen del Pino. Que refulja en el cielo de Teror, en paz, en armonía, en confraternidad, el brillo de la alegría interna y externa; la de las esencias y la de los ritos: los rezos y los cantos, los fuegos y los salmos.

¡Todos a Teror! ¡Viva Teror, y Viva la Virgen del Pino!
BIOGRAFÍA:

Yolanda Arencibia Santana, es Catedrática de Literatura española de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en donde imparte docencia. Su campo de investigación se centra en la literatura de los siglos XVIII, XIX y finisecular,y de modo muy especial en el mundo de Benito Pérez Galdós, de todo lo cual ha dejado constancia en Congresos, libros y artículos. Actualmente codirige la publicación de un manual de literatura canaria (Historia crítica. Literatura canaria) y lleva a cabo la edición de la novela completa de Pérez Galdós en un proyecto de veinticuatro tomos de los que se han publicado doce. Ha sido directora de los Cursos de Humanidades de la Universidad Internacional «Pérez Galdós» y dirige la Cátedra Pérez Galdós de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria desde octubre de 1995. Ha sido Consejera del Cabildo de Gran Canaria (legislatura 1999-2002).Pertenece al Comité científico de los Congresos Internacionales Galdosianos y de diversas revistas universitarias nacionales e internacionales. Es Hija Predilecta de Gran Canaria y Vicepresidenta de la Academia Canaria de la Lengua.