UNA MISMA MUJER. UN MISMO PUEBLO.
Por D. Gumersindo García Trujillo
Alcalde de Candelaria (Tenerife)
Lectura del Pregón: 25 de agosto de 2006
Pórtico de la Basílica del Pino
Desde que era un niño, los recuerdos de mis veranos están asociados a la fiesta. Acababan las clases, y con los calores llegaban las tardes largas, siempre alrededor del mar, dando paso a unas noches que con el tiempo dejaron de ser misterio para convertirse en alegría.
Mi pueblo crecía conmigo. Se vestía de gala, se llenaba de gente, olía a fiesta, a pólvora, a turrones y a ventorrillos; cualquier excusa era buena para que los mayores se echaran un vaso de vino y soltaran dos o tres monedas que gastábamos en las atracciones de la feria; cualquier momento oportuno para romper el silencio con cohetes, para llenar de colores aquellas noches frescas.
El niño se hacía grande, pero había cosas que no lograba entender. No era normal tanta gente llegada desde todos los rincones de las Islas, no eran normales las caras, era increíble que la algarabía se volviera silencio de repente, que hombres como castillos derramaran lágrimas al paso de una imagen, que las voces más lindas sonaran tristes al cantar la magua de un ausente.
Hasta que un día alguien te lo explica y empiezas a comprender:
Corrían los últimos años del siglo XIV cuando una mujer apareció en la costa, en uno de los tantos caminos canarios que como cantara el poeta llegan saltando de júbilo a las playas.
Dos pastores guanches que iban a encerrar sus cabras en una cueva descubrieron una imagen. Al extender su brazo para tirarle una piedra, uno de los pastores lo notó yerto, mientras que el otro quedó herido al ir a cortarle con un cuchillo.
El relato corrió de boca en boca por la Isla y sus moradores la tuvieron desde entonces en altísimo respeto y veneración, llamándola Madre del Sol, devoción que aún hoy pervive entre los naturales que cada año celebran el día de La Candelaria con una gran fiesta en la que cantan, bailan y hacen otras muchas cosas de gran regocijo, como escribió Fray Joan González de Mendoza.
La aparecida era María, a la que llamaron de Candelaria, elegida como protectora por los aborígenes mucho antes de que hubiera presencia de la Iglesia en las Islas, llegando a visitarla en peregrinación desde todos los rincones.
Pero volvamos a mi plaza, a mis balcones engalanados y a mi historia; que como ustedes supondrán podría ser la de cualquier joven de Teror con sus recuerdos y sus vivencias.
Su fiesta, la de la Virgen del Pino, una cita a la que no se podía faltar, un rito para recuperar la memoria y el origen, el reencuentro con la familia y los amigos, la verbena en el antiguo Cine, el campo de fútbol donde se le daba de comer a la tropa de soldados que venían a rendir homenaje a la Virgen el día 8 de septiembre.
Los miles y miles de peregrinos subiendo o bajando por todos los caminos, que llegaban a pie o en el coche de hora, se acercaban a la fuente agria y seguían hasta el pueblo. Los que venían de Las Palmas y alrededores acortando por el Puente del Molino hasta la fuente agria. Caminos perfumados con la fruta de los campos de Teror, lo mismo tunos que ciruelas, y los membrillos que nunca faltaran para el Pino.
En las casas se preparaba la fiesta, se iba a buscar agua a la fuente chica y a la fuente grande. Entonces se podía ir al barranco lleno de cañas y de ñameras por donde circulaba un pequeño hilo de agua.
Los peregrinos que venían del norte llegaban desde Guía por los caminos del Balcón de la Virgen, los tilos de Moya, Santa Cristina y La Laguna. Algunas mujeres traían pesados fardos en la cabeza, sobre un pañuelo enrollado.
En todas las casas se hace comida para la víspera y para el propio día del Pino. En unas un asadero, en otras todo tipo de comida canaria: conejo al salmorejo, sancocho…
La mayoría está en los patios de su casa viendo pasar los ranchos de gente, entreteniendo la noche, cantando o jugando a las cartas, sobre todo a la ronda. A veces se oye pasar alguna parranda que anima el ambiente…
En los patios la gente come y bebe, de vez en cuando suena una voz fuerte que larga un “majo”, y otras un “majo y limpio que vale dos…”, y así entre juego y juego se van pasando las horas hasta casi las cuatro o las cinco de la mañana.
Durante los días de la fiesta, pero sobre todo el 7 y el 8, la fuente grande era parada obligada de los romeros que llegaban a Teror, bien a la ida o a la vuelta de visitar a la Virgen. La gente se refrescaba en la pequeña plaza de la fuente, en cuyo arco de entrada luce un 1916 como año de su nacimiento.
Era también ineludible parar en la tienda de Juanito el de la fuente y su mujer Inesita, donde antaño se vendían los chochos en las hojas de las ñameras, y en la terraza de su casa que abrían para servir comidas durante las fiestas. Luego los peregrinos se adentraban en el barranco para buscar un poco de fresco, comer y descansar a la sombra.
En el pueblo, detrás de la Iglesia se visitaba la feria de ganado y en los alrededores de la Alameda, se apilan los ventorrillos, los puestos con dulces, y sobre todo las grandes cestas de pan y un pequeño mostrador con chorizos de Teror y quesos canarios para hacerse un bocadillo. Algún personaje con un pequeño hornillo y algo de carbón asa calamares secos… Y en los últimos años también se venden los dulces de las monjas del Cister de Teror.
En la calle principal las tiendas de ropa de Chanito Nuez, Juan Ortega y Salvador Grimón estaban llenas de género para los terorenses que querían ir de estreno a las fiestas; los bares se convertían en lugar de encuentro para reponer fuerzas: el bullicio era incesante en el de Tomás, el de Pepe Guerra o el de Suso el Americano.
Y en la tienda de comestibles de Pepito Falcón no se paraba de servir copas, cachitos de queso y un pizco de ron, o un tomate cortado en cuatro pedazos con sal.
La magia de la bajada de la Virgen desde el camarín siempre estuvo envuelta en una estela de misterio para los niños; y la cruz de la Hoya Alta que permanecía encendida durante todas las fiestas y desde donde se tiraban los fuegos.
La Basílica del Pino se convierte en un continuo mar de gente, que reza delante de la Virgen, tanto hombres como mujeres van arrodillados desde la puerta hasta el trono de la Virgen.
En el exterior, en la plaza, delante de la Iglesia, los carritos con velas, exvotos, estampas de la Virgen del Pino y de santos, junto a la gente que se para y se saluda y se abraza, lugar de encuentro de las familias y de los amigos…
Estos recuerdos podrían ser los de Alfredo Arencibia Saavedra, hijo de esta Villa y concejal de Cultura, Juventud y Fiestas del Ayuntamiento de Candelaria, que lleva cinco años con la enorme responsabilidad de mantener grande y hacer crecer las fiestas de la Virgen de Candelaria.
En esa tarea estaba empeñado ya, desde mucho antes, el Padre Jesús Mendoza, rector de la Basílica, hijo adoptivo de Candelaria por los méritos contraídos en su trabajo, también natural de esta Isla, concretamente de Juncalillo en Gáldar. Y aprovecho la ocasión para decir que no me importaría que me mandaran a Candelaria algunos canariones más como éstos.
En ese recorrido por la memoria de las fiestas, Alfredo nunca ha olvidado cómo su padre, guardia municipal de Las Palmas, cogía las vacaciones durante los días del Pino, cuando no tenía que venir de refuerzo a Teror, para poner un ventorrillo en la Alameda, justo en la esquina frente al Ayuntamiento, donde vendía cerveza en barriles y refrescos Vaya-Vaya y Clipper, con tapas de berberechos y chochos.
Cómo su abuela amasaba el pan desde mucho antes del día del Pino para los familiares llegados de lejos a pagar sus promesas y paraban a tomar agua, la tacita de caldo de gallina que se les preparaba al día siguiente, después de que hubieran pasado la noche en la casa.
Las visitas acompañando a su madre a casa de Marinita, conocida costurera, la mujer de Miguel el de los timples, que le explicaba a aquél niño el proceso de construcción, las maderas que usaba y la dificultad para encontrarlas.
La recogida de los membrillos con su abuelo Moiselito, que luego se ponían a vender a los romeros que subían por los caminos para sacar una perras con las que ir a los cochitos de choques, las casetas de balines o la noria. También la fiesta era una ocasión para salir con los amigos e intentar echarse una novia.
Y sobre todo las carreras para llegar al pueblo el día de la romería, atajando por la plaza de Teresa Bolívar, o por la carnicería de los Nueces, hasta llegar frente al Bar de Tomás, donde se daban cita los artesanos como José el de Las Rosadas con sus cestos de caña y mimbre, desde que llegaba la romería hasta que terminaba, con la imagen firme y sonriente de don Antonio Socorro Lantigua, párroco de Teror durante tantos años, al frente del trono de la Virgen recogiendo la ofrenda de los municipios a su Patrona.
La historia de Teror, como la de Candelaria, está irremediablemente vinculada a la aparición y a la veneración a la Virgen. Eso ha marcado a nuestros pueblos, ha moldeado a generaciones enteras de muchachas y muchachos, allá en un pueblo marinero y aquí en uno de los tradicionales núcleos agrícolas de las medianías de Gran Canaria.
No en vano desde el año 1991 somos municipios hermanos, y la plaza que los visitantes y peregrinos encuentran a su llegada a Candelaria se llama Plaza de la Villa de Teror como testimonio de los estrechos lazos que unen nuestra identidad como pueblos.
Somos, Teror y Candelaria, villas siempre abiertas, donde miles de romeros acaban su viaje cualquier día del año, en silencio, con la esperanza a cuestas, o cargados de un júbilo que todo lo contagia. Somos ciudades de peregrinos, que una vez al año se preparan para la devoción y la fiesta.
Pero la Virgen no es sólo sinónimo de fiesta, porque escrito está que cuando la sequía se prolongaba en la comarca, los terorenses la sacaban a la calle, la paseaban por los campos y esperaban, llenos de confianza, la lluvia bienhechora que no tardaba en caer como una bendición desde las alturas.
La misma Virgen, en este caso cuidada y protegida durante muchos años en lo alto de un pino, aguardando su aparición hasta 1481 ó 1483. Un pino que guarecía otra imagen de la misma mujer que apareciera años atrás en Candelaria: María.
El franciscano Fray Diego Henríquez lo cuenta así:
“… Y para llegar a él en esta ocación fue necesario que fuesen de aquellos canarios guiados los Españoles conquistadores, que iban en aquella tropa; aviéndoles antes los canarios informado, que en aquél sitio de Terori estava un árbol muy alto y admirable, que contenía en sí una rara maravilla, cuya noticia tenían de sus mayores y ancianos, y avía más de 100 años que venía de unos en otros.
Dixenroles que en aquel territorio avía muchas fuentes de agua muy claras, cercanas las unas a las otras, copiosas y corrientes; unas muy sabrosas, dulces y frías; y nacía una, que lavándose con su agua sanaban de las enfermedades que padecían, y por eso la usaban mucho en sus necesidades y faltas de salud.
Y que en los ramos de aquel árbol asistía tan continua una estrella muy resplandeciente y clara que la tenían ya por Vecina. Y aunque muchos avían intentado subir a las frescas ramas donde estava, por su ver su hermosura, nunca les fue posible llegar a ella, porque todos perdían las fuerzas y se deslizavan por el pie de aquella planta donde habitava.
Luego que los conquistadores oyeron esta nueva, deseosos de ver tal maravilla, apresuraron el paso. Y aviendo llegado al sitio acercáronse al puesto, y vieron en medio de los gruesos ramos de un alto y fértil Pino, muy perfecta, hermosa y bien tallada la Imagen y verdadero retrato de la Virgen Santísima María, Reyna esclarecida de los Cielos, a quien todos con gran reverencia, arrodillados, adoraron en el ameno trono donde estava con su benditissimo hijo, que tenía en el pecho y brazos…”
La Iglesia, recién llegada a Gran Canaria, la proclama Patrona de la Diócesis, asumiendo primero el apellido de Virgen de Teror y desde 1622 el de Virgen del Pino.
La respuesta popular y la peregrinación masiva hacia el santuario del lugar de la aparición se adelanta a lo que más tarde sería su nombramiento oficial como Patrona de la Diócesis Canariense.
Candelaria y Teror somos punto de llegada de cientos de miles de peregrinos cada año como fruto de la devoción y el sentimiento que la Virgen despierta. Hemos trasladado al presidente del Gobierno de Canarias la singularidad de nuestros municipios y las dificultades que tenemos para dar respuesta a las necesidades y a los problemas de infraestructuras y servicios que surgen con la visita de tantas personas. Esperamos de su sensibilidad para recibir una pronta y adecuada respuesta.
No me puedo ir sin contestar a la pregunta que me hacen cada año cuando vengo a Teror, y que ya la iglesia resolvió desde el año 1630, cuando nombró a la Virgen de Candelaria, Patrona del Archipiélago de Canarias, circunstancia que recordara, hace dos años en su pregón D. Juan Artiles, como Vicario General de esta Diócesis. Como candelariero y alcalde me siento orgulloso de haber nacido en el pueblo que lleva el nombre de la Patrona de Canarias.
Y una vez respondida la pregunta si me toca un entrevistador mordaz que me lleva la contraria repetidamente y se me acaban los argumentos conocidos por todos que así lo afirman, sólo me queda recurrir a la expresión que tomo prestada del Padre Jesús Mendoza en la que dice: miren, no se preocupen por eso, porque entre ellas se llevan bien. Y yo añado, que entre nosotros también, y que ese es el ejemplo que debemos seguir todos los canarios junto a las patronas de las otras islas.
La de Los Volcanes en Lanzarote, la de la Peña de Fuerteventura, la de Las Nieves en La Palma, la de Guadalupe en La Gomera, y de la de Los Reyes de El Hierro, cada una de las siete velando por el Archipiélago o por su isla, han congregado con el paso de los años a miles y miles de peregrinos, ayudando a moldear con el tiempo, igual que el agua moldea la roca, aquello que con orgullo sentimos como identidad del pueblo canario.
Porque el pueblo canario se encuentra y se reconoce en la fiesta y en la lucha por la defensa de lo nuestro, en la adversidad de un clima que arrebata en un segundo las bondades con que nos regala el resto del año, en los barrancos y caminos que han sido durante siglos espacio de encuentro.
Veredas para compartir sensaciones, alegrías y esperanzas, la solidaridad en el esfuerzo, las notas de un timple, el queso, el gofio y el ron, tradiciones de un pueblo que fue tomando conciencia de tal, peregrinación tras peregrinación.
Un sentimiento limpio que iguala a los isleños, que no alimenta disputas, la certeza de que yendo a venerar a la misma mujer nos hemos convertido en un mismo pueblo.
Nos toca a nosotros, los canarios, como lugar de gentes hechas a abrir el corazón a los peregrinos, ser el faro que alumbre ese camino de unidad que es la clave para que Canarias, inmersa en Europa, puerta de África y memoria de los paisanos que también emigraron a América, afronte el futuro con garantías; sin perder su identidad pero igual de universal que siempre.
Son tiempos de cambio. Nuestra sociedad crece, se mezcla y evoluciona. En algunas Islas a una velocidad tan rápida que apenas hay tiempo para asimilarlo. Debemos convertir esta realidad en una ventaja, no cerrar los ojos, desterrar el alarmismo y ser, más que nunca, canarios orgullosos de su identidad y abiertos a otras culturas.
Para ello es necesaria la implicación del Gobierno autónomo, su acercamiento a los municipios y a los problemas reales que tenemos los canarios, garantizar el equilibrio y desterrar para siempre los pleitos insulares que no son más que consecuencia de la incapacidad política de cada momento.
Pero amigos, éstas son las fiestas, que comienzan hoy con un pregón que sólo pretende ser una llamada que recorra cual romero las playas y los montes, pueblo a pueblo, incluso allende los mares, invitando a todos a participar del alborozo y el orgullo de esta Villa de Teror en sus fiestas de la Virgen del Pino, que afortunadamente se consolida como fecha señalada en rojo en el calendario de todos los grancanarios.
Quisiera terminar rescatando un cuarteto de alabanza a la Virgen del Pino, del que fuera el segundo de los pregoneros de las fiestas en su honor en 1949, Mariano Hernández Romero:
“Señora de estos campos la nombraron los canarios,
También los majoreros y los lanzaroteños…
Saturan los espacios vapores de incensarios:
Amigos y amigas, que arranque la fiesta, la Virgen del Pino, María, nos espera. Seguro que sólo pretende de nosotros que la disfrutemos como canarios cabales…
¡Vengan p’al Pino! ¡Vamos p’al Pino!