Ilustrísimo Señor Alcalde y miembros de la corporación municipal.
Autoridades presentes.
Señoras y señores:
Desde niño, desde que tuve uso de razón, recuerdo cómo uno de los actos más entrañables de las Fiestas en honor a Nuestra Señora del Pino era la Lectura del Pregón, acontecimiento que tenía lugar a finales del mes de agosto, y otro, la colocación de la Bandera en la espadaña de la Basílica, el primer día del mes de septiembre. Eran dos jornadas, que para los niños de la década de los cincuenta y posteriores, constituían el pórtico de unas fiestas populares que ansiábamos llegaran, ya que con ellas venían muchas atracciones de feria y otros festejos que en aquellos años a todos nos alegraban el alma.
Con el discurrir del tiempo, y a medida que aquel niño se hacía mayor, la lectura del Pregón significaba de alguna forma una distinción y un honor, sobre todo cuando los protagonistas de su lectura eran hijos del pueblo. Desde aquellos primeros Pregones, pronunciados, entre otras figuras, muchas de ellas originarias de esta Villa de Teror, como el escritor y periodista Ignacio Quintana Marrero; el investigador Vicente Hernández Jiménez o los médicos, hermanos ambos, Manuel y Rafael Caballero Herrera, pasando, claro está, por otras personas como Juan del Río Ayala; Néstor Álamo; Cipriano Acosta; Lorenzo Olarte Cullen; Francisco Morales Padrón; Antonio Bethencourt Massieu; el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón; Guillermo García Alcalde o Jerónimo Saavedra, sin olvidarnos finalmente de muchos colegas del periodismo entre los que destaco a Antonio Cruz Domínguez, compañero que ha tenido la amabilidad de presentarme hoy ante ustedes, y al que agradezco sus palabras; como digo desde esos años, siempre tuve la ilusión de convertirme algún día en el popular anunciador de unas fiestas, enraizadas en el sentir del pueblo canario, como son nuestras Fiestas del Pino.
De ahí que mi primer sentimiento sea de agradecimiento hacia los responsables de la actual corporación municipal terorense, en particular a su alcalde, don Juan de Dios Ramos Quintana, quien me llamaba a principios del verano, para encomendarme esta singular tarea de ser Pregonero de las fiestas de mi pueblo natal. Un honor que acepté de mil amores desde el primer momento, pero que a medida que ha ido acercándose la fecha, mi preocupación también fue creciendo, dada la responsabilidad con que la asumí, esperando que este pregón sea una aportación más a nuestra historia colectiva.
Si en 1981, el pregonero de entonces cantaba con júbilo la coincidencia de ser pregonero con la celebración del 500 aniversario de la aparición de la Santísima Virgen del Pino, el Pregonero de 2.003, que es mi caso, se devanaba los sesos buscando una efemérides en la que agarrarse y desarrollar el corpus del Pregón. No fue fácil la tarea. Repasando fechas y acontecimientos próximos a las Fiestas del Pino descubrí la existencia de un evento en la historia de Canarias que llamaba la atención sobremanera: el sexto centenario del nacimiento de la Iglesia en las islas.
Releyendo documentos y repasando lecturas de destacados investigadores isleños encontré de inmediato la conexión entre este acontecimiento religioso, y las Fiestas del Pino. La Iglesia de los primeros canarios muy pronto echó a andar bajo la protección de María, Madre de Dios bajo la advocación de Nuestra Señora del Pino, convirtiéndose la Señora en un puente entre los isleños y los misioneros mallorquines y castellanos en la ardua tarea de la evangelización de Gran Canaria y el resto de las islas.
Su aparición, según la tradición, tuvo lugar en los primeros albores del cristianismo en las islas. Mientras combatían los castellanos y los aborígenes canarios, casi en el centro geográfico de la isla de Gran Canaria existía un valle de espesura vegetal donde reinaba la paz. Este paraje natural se llamaba “Terori” o “Aterura”,del que surgiría la actual denominación de esta Villa.
Los canarios de los contornos de “Aterura” bajaban al Real de Las Palmas para aprender y conocer la Doctrina del Evangelio y abrazar la Fe cristiana a través del Bautismo. Muchos de aquellos conversos eran pastores que revelaron a los misioneros peninsulares el secreto que encerraba aquel valle terorense: durante las noches de vigilia en las que guardaban sus ganados, veían una luz que salía de entre las ramas de un gigantesco pino. Al acercarse al árbol, comprobaron la existencia de una imagen de la Virgen María, con un niño en brazos, siendo recogida posteriormente por el Obispo Juan de Frías. Aquel hecho portentoso tendría lugar el 8 de septiembre de 1.481.
El sacerdote e investigador Julio Sánchez ha estudiado en profundidad esta inicial etapa de la historia de la iglesia canaria en lo referente al papel jugado por la Virgen del Pino en la Evangelización de Canarias. Según este sacerdote, los misioneros que realizaron su labor en el Archipiélago Canario hallaron a un pueblo aborigen con notables prácticas religiosas, concretando que no eran idólatras sino deístas. En este mundo aborigen, el elemento femenino tenía un papel relevante, teniendo una concomitancia con la fertilidad. De ahí que los misioneros tuvieran en cuenta “estas creencias y usos de los naturales a la hora de evangelizar”.
Julio Sánchez entiende que en este contexto no era fácil llegar a los naturales del lugar con la imagen de Jesucristo Crucificado, porque no les era comprensible la doctrina de la redención. Además, en esa línea, los primitivos isleños sentían repulsa a los sacrificios humanos y a las prácticas sangrientas. Esta circunstancia hizo que el mejor medio para llegar al entendimiento y a los corazones de los isleños fuera la imagen de la Virgen María, Madre del Creador, realidad en la que al parecer sí creían.
Ejemplo de lo que decimos lo tenemos en la introducción en las costas tinerfeñas de la Virgen de Candelaria, gracias a la acción del Obispo Diego López de Illescas, atrayendo la curiosidad de los guanches, según revela el historiador Abreu Galindo, en su libro “Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria”. Abreu Galindo informa a este respecto que un natural de la isla de Tenerife, llamado Antón, una vez bautizado, volvió a la casa de sus padres y a sus familiares guanches, relatándoles quién era la imagen que aquellos misioneros honraban-la Virgen de la Candelaria-,y que no era otra que la Madre de Dios que sustenta el Cielo y la Tierra.
Aunque este dato no lo encontramos expresamente para Gran Canaria en los testimonios de la época reseñada, se sabe que otras imágenes fueron llevadas por los franciscanos al interior del resto de las islas. Se citan los casos de la Virgen de la Peña en Fuerteventura; la de Los Volcanes, en Lanzarote o la del Pino en Teror, isla de Gran Canaria. Posteriormente serían los franciscanos y los dominicos los que convertirían en tradición y leyenda los relatos milagrosos de las apariciones de dichas imágenes.
Es más, el papel evangelizador de María lo refiere de forma clara Fray Alonso de Espinosa en su obra “Del origen y milagros de la Santa Imagen de Nuestra Señora de la Candelaria” cuando afirmaba que, aunque la Virgen no divulgó con palabras el Evangelio, con su presencia dispuso los ánimos de los primitivos canarios para aceptar la Fe cristiana.
Sea lo que fuere, y en opinión del investigador José Miguel Alzola, de la Virgen del Pino se puede afirmar que entró muy pronto en el alma popular canaria y muy tarde en su historia. ”Resulta inexplicable que un suceso, como el acaecido en Teror, que la tradición sitúa en las postrimerías del siglo XV, cuando las tropas castellanas pacificaban aún el agreste suelo grancanario, y los cronistas narraban puntualmente lo que estaba aconteciendo ante sus ojos, que no merecieran su atención aquellos “resplandores maravillosos -que brotaban de la espesura del bosque, ni el hecho de que el Obispo-conquistador don Juan de Frías se trasladara hasta aquel lejano y selvático lugar para recibir al pié del pino la imagen de María que descansaba en una hornacina vegetal, formada por el follaje”. Y añade, con atino,en su libro “La advocación del Pino en la Península y Canarias”, que “estos mismos cronistas que silenciaron el suceso de Teror fueron, en cambio, generosos narradores del hallazgo de la Virgen de la Candelaria en Tenerife”.
En este sentido, el mismo investigador concreta que la primera exposición escrita de aquello que, según la tradición, sucedió en Teror no la encontró hasta 1634,o sea, ciento cincuenta y dos años después del acontecimiento. Con este larguísimo mutismo se concluye que hasta el primer tercio del siglo XVIII el tema del Pino no interesó a los eruditos, y “que tenía que ser un Obispo, don Cristóbal de la Cámara y Murga, el que recogiera en letra de molde lo que repetía y veneraba el pueblo”.
Nos consta, sin embargo que en la Exposición, titulada “La Huella y la Senda” que preparan ya los responsables de la Comisión Diocesana del Sexto Centenario de la creación de la Diócesis Canariense y Rubicense, que tendrá como marco insuperable la propia Catedral de Santa Ana, dedicará uno de sus capítulos a las primeras devociones marianas en el Archipiélago, ocupando un lugar destacado las distintas representaciones de la Virgen del Pino a lo largo de la Historia. La Exposición “La Huella y la Senda”, comisariada por el Deán de la Catedral de Santa Ana, y Arcediano de Fuerteventura, José Lavandera López, y por el investigador Julio Sánchez Rodríguez planteará un recorrido sectorial a través del tiempo de los momentos más sobresalientes de la Diócesis de Canarias hasta la actualidad, y en los que la irrupción de la Virgen terorense tiene un protagonismo de primer orden, aunque contrariamente no quede lo suficientemente reflejado en los testimonios históricos que nos han quedado.
Sería prolijo e interminable la relación histórica y documental en torno a la Virgen del Pino y la presencia de la Iglesia en las islas, de forma particular en Gran Canaria. Ni la Santa Inquisición pudo con la propagación del culto a la Virgen del Pino, “por el matiz”, como asegura José Miguel Alzola,”de milagrería que pudiera encerrar, y que este recelo del Santo Tribunal constituyera un freno o la autocensura para aquellos que se propusieran escribir sobre el tema”. Con todo, sigue afirmando el erudito grancanario, hay constancia documental de que a la Inquisición le preocupaba las desviaciones que iba experimentando el culto a la Virgen del Pino. “En 1788, el Tribunal de Canarias dirigió a la Suprema una extensa exposición en la que detallaba cual era el complicado ceremonial seguido cada vez que la Virgen del Pino bajaba desde su Santuario a la capital para implorar remedio contra el hambre, las epidemias o la falta de lluvia”. Así se manifestaban los inquisidores, según la documentación recogida por el propio José Miguel Alzola:
“El pueblo ignorante, que ve todo este aparato, cree que el remedio de todas las necesidades es la Virgen del Pino, que puede más que Dios, y que no trayéndola, no hay remedio para su miseria; y si el Cabildo tarda en determinar la venida, después que se pide, claman contra los canónigos”.
Por si esto fuera poco, en 1755 aparece una novena consagrada a la Virgen del Pino, obra del prebendado Diego Álvarez de Silva, en la que se leen algunas expresiones que el Tribunal estimó heréticas al considerarla un culto supersticioso a la imagen, entendiendo que se le otorgaban poderes sobrenaturales, y encargándose los inquisidores de dejar claro que esos poderes no pueden dimanar nunca de una simple escultura.
Sobrevolando la historia de Nuestra Señora del Pino, llegamos a la etapa actual en la que la atracción popular por la Imagen de la Patrona de la Diócesis de Canarias se ha puesto una vez más de manifiesto. El multitudinario acompañamiento no solo en su estancia en la Catedral de Santa Ana, sino incluso en sus desplazamientos desde su Santuario terorense con motivo del año 2.000 -año del Jubileo-fue algo que los canarios de todas las islas no podremos olvidar nunca, perviviendo en nuestras retinas para siempre. Este clamor popular, puesto también de manifiesto unos años antes con motivo del Año Mariano, le llevó a decir al que fuera Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Monseñor Vicente Enrique y Tarancón, recordado y distinguido pregonero de estas Fiestas del Pino, que creía sinceramente que esa manifestación, plenamente popular, fue una demostración de Fe y de canariedad.
Una proclamación rotunda de la Fe religiosa y de la identidad isleña y humana, ante esa imagen que hace ya más de quinientos años entró misteriosamente en nuestras vidas y en la historia de nuestro pueblo.
“Ha sido esa imagen y esa advocación -insiste el desaparecido Prelado en su Pregón pronunciado aquí en Teror en 1988-, la que se ha convertido a lo largo de los años como en el “hilo de oro” de nuestra historia canaria”, que ha dado unidad y consistencia a nuestra vida familiar y social; con sus alegrías y tristezas, con sus triunfos y fracasos, con sus dolores y gozos. Hasta tal punto que la Virgen del Pino es la Patrona, la Reina y la Madre de Canarias; y la devoción mariana se ha convertido en una característica esencial propia de nuestra identidad.
Ya que hemos citado las referencias del Arzobispo Vicente Enrique y Tarancón a la Virgen del Pino y a sus Fiestas, hay que realizar asimismo una mirada a lo que han dicho algunos Obispos canarios sobre el papel social y religioso de la Patrona de la Diócesis de Canarias:
José María Urquinaona, a quien Teror le debe un mayor reconocimiento histórico, fue el primer Obispo que dio la máxima solemnidad a los actos religiosos con su presencia prolongada aquí, tras llegar a pié desde la ciudad, y el impulso de las grandes peregrinaciones insulares a Teror.
El fenómeno social que se produce en torno a la imagen de la Virgen del Pino, tanto en sus bajadas a la capital grancanaria, como en el flujo de peregrinos desde todos los puntos geográficos de la isla, debe ser analizado con atención por los sociólogos, sobre todo las enormes concentraciones que se produjeron en la última estancia de las imágenes de la Virgen del Pino y del Santo Cristo de Telde en la Catedral de Santa Ana.
Y ya que nos referimos, a estas bajadas de la Virgen del Pino a la capital de la provincia, este pregonero lanza un reto a la actual Jerarquía eclesiástica, al objeto de que la efemérides de este sexto Centenario del nacimiento de la Iglesia en Canarias tenga un eco histórico. Mi propuesta radica en que, dado que el patronazgo de Nuestra Señora del Pino abarca a toda la Diócesis de Canarias, y ésta está integrada por las islas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, ¿por qué no realizar un traslado de la venerada imagen grancanaria a las capitales de dichas islas, Arrecife y Puerto del Rosario, donde también los cristianos conejeros y majoreros tendrían la ocasión de ver y venerar a su Patrona Principal?. No hay que olvidar que la primera denominación de la Diócesis, fue Rubicensis, por haber estado su primera sede en San Marcial del Rubicón, al sur de la isla de Lanzarote, cuna y origen de la iglesia isleña.
Fuerteventura, por su parte, y más concretamente Betancuria, sería la siguiente sede episcopal de la Diócesis de Canarias, ocasionado,entre otras razones por el Cisma de Avignón.
Estamos seguros que en este traslado de la Virgen del Pino a las tres capitales-Las Palmas de Gran Canaria, y sobre todo a Arrecife y a Puerto del Rosario-estaría garantizado el apoyo popular e institucional de nuestra autoridades, así como el de las Navieras que hacen las rutas desde Gran Canaria a Lanzarote y Fuerteventura, que estarían encantadas con que sus buques fueran el soporte de esta peregrinación en la que la Virgen, Nuestra Madre del Pino, se encontrará, por primera vez en la historia, con las respectivas patronas de esas islas como son la de Los Dolores, en Lanzarote, y la de La Peña, en Fuerteventura. Este traslado podría ser aprovechado por los órganos diocesanos correspondientes para potenciar una acción de unidad en la iglesia local isleña, como así lo ha instado Juan Pablo II en su reciente Exhortación Apostólica Postsinodal “Ecclesia In Europa”, del pasado 22 de junio.
Se trata, por tanto, de una iniciativa que podrá ser debatida en los próximos meses en todos los ámbitos eclesiales, religiosos y sociales de la Diócesis. Sin duda alguna, sus últimos Pastores, que han tenido un gran amor hacia la Patrona de la Diócesis, la aceptarían de buen grado.
En sus escritos, Antonio Pildain y Zapiain, José Antonio Infantes Florido y el Prelado actual, Ramón Echarren Ystúriz, han realizado una llamada a los ciudadanos en general y a los católicos en particular, a la participación en los distintos actos de las fiestas patronales de la Diócesis de Canarias, con un auténtico sentido religioso, más allá de lo meramente típico y costumbrista.
Como bien ha estudiado el sacerdote Julio Sánchez, el canto liberador de la Virgen aparece citado con frecuencia en las Cartas Pastorales y Homilías del Obispo Echarren con motivo de las fiestas del Pino.”Se puede decir-comenta Julio Sánchez de Ramón Echarren- que ha sido el eje programático de su mensaje mariano, acompañado siempre del sermón de las Bienaventuranzas. El anuncio profético de María es actualizado y propuesto a nuestra sociedad, concretamente a la canaria, como camino de amor y de esperanza. Desde esta perspectiva evangélica, el Obispo denuncia los intentos de reduccionismo a mero folklore, o hecho cultural o rito vacío la devoción a la Virgen del Pino”.
Desde aquí, este pregonero quiere tener un testimonio de reconocimiento hacia la figura de Ramón Echarren, del que pronto festejaremos-concretamente en el próximo mes de diciembre- sus Bodas de Plata al frente de esta Diócesis, por su valentía en denunciar el comportamiento inadecuado de un sector de las autoridades civiles en los actos centrales de la Virgen, iniciándose con su intervención una reflexión en torno a la forma de la participación institucional y popular en los actos religiosos.
En una palabra, que los Obispos de Canarias, siempre se han manifestado en favor de la pureza de las fiestas e incluso el Cabildo Catedralicio se ha preocupado desde tiempos inmemoriales porque los festejos a Nuestra Señora y el propio Santuario, ofrezcan la dignidad que exige la Patrona de la Diócesis Canariensis.
Ramón Echarren, ya en 1996, zanjaba la cuestión afirmando que “nadie nos ofendan a los cristianos de Canarias reduciendo nuestra devoción a Nuestra Señora del Pino, a una mera expresión cultural o a un puro folklore. Que nadie nos hable de ritos o tradiciones simplemente sociales. Se trata -recalca el Prelado-de algo más profundo y plenamente religioso…”…”Que nadie, pues vaya a Teror a ponerse ante la imagen de nuestra Señora del Pino como quien realiza un rito pagano, a la búsqueda de emociones meramente nostálgicas, pero sin verdadera fe en el Hijo de María…”
Al recordar estos escritos de D. Ramón Echarren, nos llena de preocupación e inquietud algunas manifestaciones de colectivos de ciudadanos que propugnan la “pureza” de las Fiestas del Pino, iniciando una lucha contra algunos aspectos que no tienen nada que ver con lo que propugna nuestro prelado. Las Fiestas del Pino han sido y seguirán siendo del pueblo, porque así fue desde los primeros años de su creación. Entendemos que ningún tipo de plataforma tiene cabida en unas fiestas que hace el pueblo, que protagonizan los hombres y mujeres de nuestros campos y ciudades. Son precisamente esas personas las que, según su nivel de religiosidad o cultura, hacen realidad la fiesta de todos.
En cuanto a lo meramente religioso, hay que recordar que ya el Sínodo Diocesano, celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en 1992 hacía una llamada en el apartado 472 de las “Constituciones Sinodales” en el sentido de que “se ha de continuar mentalizando al pueblo, al clero y a las autoridades mismas, para que se reduzcan, voluntaria y paulatinamente, las representaciones oficiales y la significación en los primeros puestos de las autoridades civiles y militares, en las celebraciones cristianas festivas”.Este texto se redactó pensando en nuestras principales fiestas, y concretamente en la del Pino. Adviértase que se empleó la palabra reducción, y no eliminación de la presencia de las instituciones en nuestras celebraciones litúrgicas, ya que muchos de nuestros gobernantes son buenos cristianos, y como tales deben estar allí, aunque con el respeto y el decoro que exige una celebración religiosa.
Por parte de los colectivos y movimientos en pro de unas fiestas sin políticos y militares a los que hemos hecho referencia con anterioridad, se arremete asimismo contra la presencia de los representantes de las Fuerzas Armadas en esas fiestas, presencia que no arranca de los tiempos de las Dictaduras de Primo de Rivera y del General Franco, sino mucho antes. Como bien ha puntualizado el Cronista Oficial de La Villa de Teror, el investigador don Vicente Hernández Jiménez, los Honores Militares a la Virgen del Pino tienen una muy larga secuencia, anterior a esas tristes etapas de nuestra historia. El Cronista terorense ofrece datos históricos que arrancan desde el siglo XVI, sustentando su estudios en aportaciones de eminentes investigadores como Antonio Rumeu de Armas, Millares Torres, etc.
Las Fiestas del Pino, de Teror, están conformadas por costumbres y hábitos, por hechos religiosos y cívicos, y por lo tanto como acertadamente reflexiona Hernández Jiménez “el pueblo, el 8 de septiembre, después de visitar a la Virgen, en su Santuario; tomarse unos “pizcos” y deambular por los puestos de la Plaza y calles terorenses, se acerca a ver el vistoso desfile de la Compañía de Infantería”, agregando que nuestras fiestas populares tuvieron siempre un carácter festivo, y no debemos dramatizarlas con episodios de cualquier género”.
Por todo ello, hoy en este Pregón, tradicional pórtico de nuestras Fiestas Patronales, les animo a que nadie nos robe el tradicional espíritu de las mismas, que no sabe de política ni de trivialidades. Las Fiestas del Pino pertenecen a todos los estamentos de la sociedad canaria: clero y pueblo; militares y autoridades civiles; chicos y grandes; pobres y ricos… Lo importante, a mi juicio es que se sepa conjugar lo ancestral con lo nuevo; nuestros ritmos y canciones tradicionales con el espíritu bullicioso e innovador de las nuevas generaciones. En suma, la creencia mariana debería encarnarse en un compromiso con los sectores más pobres de la sociedad, porque así lo dicta la máxima evangélica de las Bienaventuranzas de las que María, en nuestro caso bajo la siempre evocadora advocación de la Virgen del Pino, fue la primera en practicarlas.
Llegados a este punto, nuestro recuerdo e invitación a participar en las Fiestas de la Patrona de la Diócesis de Canarias la hago extensiva a todos los ciudadanos canarios, en particular a los de la isla de Gran Canaria. Nuestra llamada en primer lugar es para las gentes de Las Palmas de Gran Canaria, ciudad abierta a todas las razas y culturas; llamamos también a los ciudadanos del Sur, desde la laboriosa ciudad de Telde a las poblaciones de Agüimes y Valsequillo, a las de Ingenio y Santa Lucía, cuyos habitantes se afanan por perfilar un futuro más humano frente a su siempre difícil orografía; a San Bartolomé de Tirajana y Mogán, dos núcleos urbanos que tratan de combinar sus riquezas naturales con las exigencias de un turismo cada vez más numeroso.
Queremos llamar a los ciudadanos del Norte de Gran Canaria: los de la fértil ciudad de Arucas; los de Santa María de Guía y de Santiago de los Caballeros de Gáldar, dos ciudades en las que su rivalidad supone progreso; a los habitantes de la Villa de Agaete que despegan en lo económico gracias a su nuevo muelle comercial que ha servido por otro lado para el acercamiento geográfico con nuestros vecinos tinerfeños. Y llamamos también a las gentes de San Nicolás de Tolentino, los más alejados de la capital religiosa de Gran Canaria, pero tal vez los que más imploran de la ayuda de la Virgen del Pino en su tradicional sequía.
No nos olvidamos en este recorrido por Gran Canaria de los municipios de nuestras Medianías como son Firgas, Valleseco y Moya, auténtico pulmón verde de la isla. Invitamos también a los ciudadanos del Centro de nuestra isla como Santa Brígida, San Mateo, Tejeda y Artenara, cuyos hombres y mujeres saben de la Fe en la Virgen del Pino en los momentos difíciles de sus respectivas economías.
Y por supuesto no nos olvidamos de la Villa de Teror, nuestros paisanos, depositarios a lo largo de la historia de un hecho singular: el ser centro y capital religiosa de Gran Canaria que nos obliga a poner de manifiesto más que nadie el cariño por la Madre de todos los canarios, empeño al que dedicó gran parte de su vida y su acción pastoral el recordado Párroco de este Santuario, Monseñor Antonio Socorro Lantigua, quien en nuestros años juveniles supo fomentar en las distintas generaciones de terorenses el amor y la devoción a la Patrona de Gran Canaria, la Virgen del Pino.
Realizada esta invitación a la participación en las fiestas patronales hay que recordar de nuevo que todos los grancanarios seguimos aguardando una decisión generosa de nuestros políticos actuales para que el 8 de septiembre, Día del Pino, sea de forma definitiva Fiesta Insular para que todas las gentes de Gran Canaria podamos acercarnos y reunirnos en Teror como una gran familia en torno a nuestra Madre, en su fiesta principal.
Y ya que hemos mencionado a la clase política, hacemos un llamamiento a nuestros gobernantes para que transmitan ilusión, den respuestas a los problemas de los ciudadanos y tiendan puentes de solidaridad hacia los más desfavorecidos de la sociedad canaria. Hacemos votos ante la Patrona Nuestra Señora del Pino porque todos trabajemos por una Canarias unida y equilibrada. También imploramos de la Virgen del Pino que la acción del Gobierno Autonómico se dirija en función de las necesidades y carencias de cada isla.
Una última referencia a los canarios que viven en el exterior: Emigrantes que desarrollan sus vidas en tierras americanas, tanto en Venezuela, como en Cuba, Argentina, Uruguay o Paraguay… y que en estos días de septiembre miran hacia Teror, recordando las Fiestas del Pino con ilusión. Estos emigrantes nos exigen una respuesta solidaria ante las graves dificultades económicas por las que atraviesan esos países que los han acogido. Nos demandan una ayuda generosa de acuerdo a la bonanza económica y social que presenta el Archipiélago canario en este momento.
También nos referiremos a otras personas, en su mayoría procedentes de Iberoamérica, que a pesar de no haber nacido aquí, oyen hablar con nostalgia y cariño de estas fiestas entrañables de Teror. Uno de estos casos, desgraciadamente desaparecido a principios del mes de julio, era el “patriarca del son”, el cubano Compay Segundo, quien en 1994 y durante unos meses se convirtió en un vecino más del municipio de Teror, conviviendo con los ciudadanos del Palmar. Fue precisamente el terorense Peyo Benítez quien hizo que Compay Segundo y sus Muchachos participaran en el “Encuentro Teresa de Bolívar” ofreciendo un concierto memorable junto a Santiago Auserón. De su estancia en Teror, ha quedado en su amplio trabajo discográfico el tema “Virgen del Pino”,a dúo con Auserón en el disco “Duets”, dado a conocer el pasado año. Desde aquí, y teniendo en cuenta estas credenciales, sugiero al Ilustrísimo Ayuntamiento de Teror, que le nombre hijo adoptivo de la Villa, a título póstumo, por llevar el nombre de Gran Canaria y el de la Virgen del Pino, por todo el mundo, sobre todo por el continente americano.
Romeros y peregrinos, las Fiestas del Pino han comenzado. Nuestra Señora del Pino les espera como la Madre de todos los canarios. Por lo tanto les invita a participar en todos los festejos elaborados por el Ayuntamiento de Teror y el Cabildo de Gran Canaria en estos días grandes que nos esperan, como son la Bajada de la Virgen; la Romería-Ofrenda de toda Gran Canaria el día 7 de septiembre a su Patrona; el 8 de septiembre, Día del Pino, y el Día de las Marías. Entre isas, polcas y folías, la Madre de todos los canarios nos espera aquí en Teror.
Felices y tranquilas fiestas del Pino a todos.
Muchas Gracias.-
Sebastián Sarmiento Domínguez nació en Teror el 7 de agosto de 1946, está casado y es padre de tres hijas.
Es periodista por la Universidad de la Laguna, donde se graduó en 1975 con la promoción «Mercedes Endériz» de la Escuela Oficial de Periodismo de dicha Universidad. Además es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
En su trayectoria profesional como periodista ha sido redactor del «Diario de Las Palmas», entre 1976 y 1983. En esta etapa cubrió como enviado especial el primer viaje oficial de Sus Majestades los Reyes de España a Guinea Ecuatorial, tras la caída de la dictadura de Macías y los primeros pasos del gobierno de Obiang Ngema. También ha cubierto misiones informativas en Libia, Sahara Occidental, Uruguay, Madeira o Azores entre otros lugares.
Ha colaborado en medios de comunicación del Archipiélago Canario y la Península, como «El Eco de Canarias», en Las Palmas de Gran Canaria, «La Tarde», en Santa Cruz de Tenerife, siendo corresponsal desde Las Palmas en diversas etapas del periódico nacional «El País».
En la actualidad es Director de Radio Nacional de España en la provincia de Las Palmas, empresa pública de la que es redactor desde el 12 de septiembre de 1977. El 24 de enero de 1984 fue nombrado coordinador de informativos en la capital grancanaria.
En 1989 fue nombrado Jefe de los Servicios Informativos de RNE en Las Palmas. En 1993, y tras la fusión de Radio Cadena Española con Radio Nacional, se le asignó como Jefe de División de Informativos y Programas de RNE en Las Palmas, cargo que dejó el 1 de enero de este año para responsabilizarse de la Dirección de RNE en Las Palmas.
Diplomado en Estudios Canarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, ha participado en diferentes seminarios y cursos relacionados con la información, como el «Curso sobre la Unión Europea y Medios de Comunicación», organizado por la Asociación de Estudiantes de Europa en 1999.
Ha sido miembro del jurado de los Premios Periodísticos «Monseñor Socorro Lantigua» y de investigación «González Díaz», convocados ambos por el Ayuntamiento de Teror.
Por designación personal del Obispo, en la actualidad es miembro de la Comisión Permanente del Consejo de Pastoral Diocesana, participando como miembro activo en el IX Sínodo Diocesano celebrado en 1992, convocado por el Obispo de la Diócesis de Canarias, Ramón Echarren.