LA VIRGEN DEL PINO
Por Vicente Hernández Jiménez
Un impenetrable misterio envuelve el origen de la Imagen de Nuestra Señora del Pino que unos lo explican con piadosas tradiciones; otros quitan al hecho todo carácter sobrenatural y señalan hasta la persona que la hizo traer de la Península.
El autor de la Novena a Ntra. Señora, Don Fernando Hernández Zumbado, ha narrado el prodigio de Terror: “Nuestros padres nos han dicho que dirigidos por un resplandor maravilloso la encontraron en la eminencia de un Pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyas ramas se formaba una especie de nicho; que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía una fuente perenne de aguas medicinales”. Esta es la tradición de siglos recogida en unas breves líneas.
La Virgen de Teror entró muy pronto en el alma popular canaria y no se puede dudar de su abolengo, y prestigio en la historia de Gran Canaria. El Pino de Terror está unido al comienzo de la marianización de Gran Canaria, a las raices de la civilización cristiana isleña; a la sombra del Pino se alzó la primera manifestación cristiana de nuestro pueblo.
La narración del fraile Fray Diego Henríquez sobre las circunstancias del hallazgo de la Imagen es: “que el origen y primer punto del aparecimiento de esta celestial Imagen no fue en tiempo en que los españoles y con ellos la fe, entraron en esa Isla; ni fueron ellos los primeros que la vieron y hallaron, y a quien primero se manifestó; muchos años antes la vio y la veían aquella pagana gente, quienes después de rendidos lo participaron a los españoles”. Aquí arribaron naves mallorquinas hacia 1360 con comerciantes y misioneros, bien recibidos por los Isleños que les permitieron edificar pequeños templos y labrar rústicas Imágenes. Todo el siglo XV fue un siglo de misiones de Gran Canaria; el Papa Martín V en una Bula de 20 de noviembre de 1424 reconocía la existencia de cristianos en ciertos parajes de Gran Canaria. En una Bula de 12 de enero de 1435 recogía Eugenio IV la noticia de que el Obispo Calvetos había convertido en Gran Canaria a muchos naturales. Pío II autorizó en 1462 a los Obispos del Rubicón a firmar paces y tratados con los infieles de las Islas, quienes por este solo hecho quedaban bajo la protección del Papa. Esta campaña evangelizadora realizada en nuestra Isla a lo largo del siglo XV, nos lleva a la conclusión lógica que los misioneros a la vez que difundían los principios del Evangelio, inculcaban en el espíritu de los aborígenes la devoción a la Virgen. ¿Es admisible que se levantaran ermitas y fundieran campanas y no se entronizara alguna Imagen de Nuestra Señora? Es la razón que explica en tiempos de fe y devoción ferviente, la presencia de la Imagen de La Candelaria en Tenerife fue vista por los aborígenes y venerada por los que eran Cristianos, antes de la Conquista.
Un pino fue el primer templo de la Virgen, después fue erigida una modesta ermita. Consumada la rendición total de Gran Canaria a las huestes castellanas de Pedro de Vera, la pequeña ermita fue incorporada a la Catedral en 1514. En sus albores, el culto a la Virgen de Teror no tuvo el marcado sello de popularidad y entusiasmo religioso que le caracterizó en siglos posteriores.
En la primera década del siglo XVII se inauguró un templo parroquial y se inició un vigoroso desarrollo de la devoción y culto a Ntra. Señora del Pino; en el Sínodo celebrado en 1629 se hacía constar la singular devoción del pueblo canario a Ntra. Señora del Pino, porque a su Iglesia “acude mucha gente devota por los muchos milagros que ha hecho y hace”. La fiesta del 8 de Septiembre revestía cada año mayor solemnidad con la asistencia frecuente del Prelado, la de la Diputación del Cabildo Eclesiástico y la afluencia siempre creciente de romeros.
El XVIII fue para la devoción a la Virgen del Pino el siglo de oro; frecuentes procesiones a Las Palmas con ocasión de calamidades públicas, legados testamentarios, adquisición de valiosas alhajas, y sobre todo una devoción popular que llegó a constituir un factor muy importante en la vida pública de Gran Canaria. El apogeo del culto tuvo su culminación con la construcción de la actual Basílica y con la espléndida donación por Carlos III de ciento veinte y seis fanegadas en el Barranco de La Montaña “para atender a la manutención del templo y su ministerio”.
El esplendor del culto quedó reducido por las leyes desamortizadoras, al venderse en pública subasta los bienes que integraban el patrimonio de Ntra. Señora del Pino.
En el siglo XX la devoción a la Virgen adquiere de nuevo una dimensión externa; se repiten las bajadas a Las Palmas y en 1929 se concedieron a la Imagen honores de Capitán General.
La transformación de la sociedad de nuestro tiempo ha afectado a las costumbre y las creencias, contemplándose con nueva perspectiva las tradiciones enraizadas en el alma insular; no obstante, el sentimiento popular lleva a los Isleños a Terror, con un trasfondo de alegría en los corazones, y la Semana del Pino es la Semana Grande Canaria.