LA FIESTA DEL PINO
Por Vicente Hernández Jiménez
Desde los albores de la devoción al Pino, se fue desarrollando una pujante religiosidad popular, que tenía un carácter festivo; en una sociedad en que la religión todo lo abarcaba y explicaba, fiesta popular y religiosa representaban lo mismo y se confundían. Las disposiciones del obispo de Cámara y Murga- prelado de 1627 a 1635- son demostrativas de prácticas que pudo observar en Teror en las fiestas del 8 de septiembre, arraigadas desde épocas anteriores, “mandamos que por cuanto nos ha constado los inconvenientes que siguen de que dentro de la iglesia de Nuestra Señora de este lugar se duerma y coma, por lo cual de aquí en adelante, el cura que es o fuere y sacristán no permitirán que ninguna persona coma ni duerma en la dicha iglesia, ni menos se consienta bailar en ella”.
Otras normas del Sínodo de 1629 aluden a prácticas populares que debieron de tener arraigo desde el siglo XVI; se prescribe que en los días festivos “no está dispensado por Su Santidad se corran todos”; también se citan trabajos permitidos en día festivo, a horas que no impidan la asistencia a misa, tales como los que realizaban los barberos, herradores y mercaderes para la venta de cosas necesarias; añade sobre la práctica de algunos juegos: “Otrosi, prohibimos en esos días hasta después de la misa mayor y acabar los divinos oficios, los juegos de bolos, argolla, pelota”; estas prácticas populares pudieron ser parte integrante de las fiestas del Pino en el siglo XVI, incluso de una incipiente feria dominical. La celebración de comedias al aire libre se realizó desde las primeras fiestas del Pino; están acreditadas documentalmente en el siglo XVII por un apunte de las cuentas presentadas por el Mayordomo de la Virgen, correspondientes a 1647, “Item se descarga con medio barrial de vino, y por el diez reales, que dijo haber comprado para los que representaron el día de Nuestra Señora”.
Las fiestas del Pino son una expresión de la religiosidad popular. Cuando no existían las carreteras actuales y las comunicaciones eran por caminos, de todas las laderas que rodean a Teror descendía una gran concurrencia. Los romeros salín de sus casas caminando a través de las montañas, con pocas cosas, el timple y la canción siempre en los labios, los cantares de nuestras canciones típicas y las parrandas, lanzaban las notas de su regocijo por los caminos de la isla. La Víspera dormían en la plaza principal, en la Alameda, en los Castañeros, en los ventorrillos. El ventorrillo sentaba sus reales en Teror desde “la puesta de la bandera”; era como un mesón en plena calle para todos los romeros, que se divertían con sus guitarras y sus bailes para en la mañana del 8 pagar su promesa y esperar la salida de la imagen.
La historia de las Fiestas del Pino es una historia de sentimientos populares, de fe mariana, de caminantes, de romeros; se podría hacer una antología de los cantares de nuestras canciones típicas a la Patrona. La poesía popular, polarizada en la advocación mariana de Nuestra Señora del Pino, es muy antigua e interesantísima: folías, isas y seguidillas recogen el alborozo del pueblo canario en su peregrinaje a Teror, como son las estrofas salidas en la inspiración popular de Néstor Álamo:
Esta es la parranda que va pa la fiesta,
En la vida he visto parranda como esta.
Esta es la parranda que va pa Teror,
En la vida he visto parranda mejor.
¡Ay Teror, Teror, Teror,
ay Teror que lindo estás!
¡Qué bonita está la Virgen,
En lo alto de su altar!…”